El movimiento social,
¿alternativa real de poder?
Previo a las votaciones de 2011, me referí a que —independientemente
de quienes resultaran “electos” —, el período gubernamental 2012-2016 sería el
último eslabón de la “apertura democrática”. Lo acontecido en estos 32 meses,
confirma aquella previsión y desvanece la opinión de quienes me “aseguraron”
que las cosas no iban a ser así.
Con lo entonces
previsto no quise decir que no fueran a tener lugar las votaciones de 2015 y
que si las mismas se “celebraban”, la alternativa real de poder se abriera
camino. Las votaciones de septiembre del año entrante —repito, independientemente de los resultados
que arrojen las urnas—, vendrán a ser la sepultura de la alternabilidad
gubernamental instituida.
La
institucionalidad, la gobernabilidad y el sistema “electoral” y de partidos
están en la fase final de su agotamiento y caducidad y, en tanto tal, difícil
de superar de aquí a septiembre de 2015 y, menos, de septiembre de 2015 a enero
de 2016.
En lo político,
el partido en el gobierno es difícil —aunque no imposible— que la ciudadanía lo
“reelija” y, si así fuera, se estaría ante el colapso general, institucional y
gubernamental. Lo mismo podría ocurrir si la ciudadanía optara por escoger a
uno u otro de los demás “candidatos” que se sabe que están a la espera de ser
nominados por las camarillas dirigenciales de sus respectivos agrupamientos electoreros.
En el caso del
partido gobernante, primero, no tiene definido a su “candidato” a nominar;
segundo, son varios los grupos de poder e interés en abierta o solapada pugna
por asegurar la nominación de quien más les convenga; tercero, la élite
oligárquica tradicional y el empresariado organizado a su servicio no parecen
unificados alrededor del que hasta ahora podría ser el posible nominado y, lo
que les resulta más difícil, no tienen a la mano a otro a quien “apoyar” o
“sugerir”; y, cuarto, los otros a quienes el oficialismo pudiera nominar, no
están en condiciones de asegurar la continuidad del poder empresarial y militar
actualmente en el gobierno.
Al interior de
los demás agrupamientos electoreros no son pocas sus dificultades y
contradicciones. De nominar a quien se dice que “encabeza” las encuestas, su
camarilla dirigencial no parece considerar: a) la furibunda resistencia y
oposición de la élite del poder oligárquico tradicional, sectores del
empresariado organizado y la cúpula militar en el gobierno; b) el rechazo y
cada vez mayor desprestigio entre los sectores urbanos, especialmente de la
capital; y, c) el creciente y acelerado desgaste e inviabilidad del candidato.
De las otras
candidaturas a nominar, se puede prescindir. De lo que no se puede prescindir
es del factor Portillo.
En ese cuadro y
en una situación así, lo que cabe es abrirle paso a la articulación,
reagrupamiento y unidad del movimiento social y popular como alternativa real
de poder e instrumento institucional de un referéndum ciudadano. Y como esa
opción pasa por las urnas, en septiembre de 2015, la ciudadanía no tiene otra
alternativa que anular su voto.
Es ésta la vía
viable, necesaria, posible y legítima, no electorera, para ponerle fin al ya
caduco y agotado sistema “electoral” y de partidos, refundar el Estado, la
República, el País y la Nación guatemalteca, e iniciar la institucionalización
y legitimación de la otra Guatemala posible y la real y verdadera construcción
de la Paz Firme y Duradera.
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