viernes, 27 de agosto de 2010

A media semana

Dos mil 721días de guerra,
y una ocupación que no termina


No quiero empezar a abordar el tema motivo de mi columna de hoy, sin referirme a un rasgo muy particular del momento actual en nuestro país y que es algo común y recurrente a partir de junio de 1954. Ese muy particular rasgo del momento se puede definir diciendo que si ayer las cosas no andaban bien, ahora, andan mal y, mañana, van a estar peor.

De una situación así descrita, todos, absolutamente todos, somos responsables. Lo más cómodo es culpar a terceros de lo que no está bien, de lo que anda mal o de lo que tiende a empeorar. Lo que no se dijo a tiempo o no se quiso decir tanto como lo que no se hizo bien o se dejó de hacer, son como los eslabones de la cadena a que permanecen atados los pusilánimes y conformistas o los reguiletes que alborotan y alebrestan a los iracundos y resentidos.

A un país se le alborota cuando se le pone al borde del desorden, del tumulto, de la asonada, del motín. Entre la población cunde el pánico, el sobresalto, la inquietud, la zozobra. El rumor, la noticia tendenciosa, la mentira, especialmente la política, es lo predominante.

El escritor irlandés, Jonathan Swift (1667 – 1745), en un breve opúsculo publicado --según unos en 1773 y según otros en 1712-- con el título de El arte de la mentira política, definió la mentira política como “el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables a buen fin…Que la mentira política tenga un ‘buen fin’ no quiere decir que propenda a algo intrínsecamente bueno sino que satisfaga los deseos de quienes, por profesión, se dedican a este sutil arte…”. (Alberto Piris, Arte y práctica de la mentira política, República de las ideas, en Rebelión, 14 de agosto de 2010). Swift, es el autor del clásico Los viajes de Gulliver.

De acuerdo a Piris, “para un lector de hoy, no deja de ser significativa la alusión que el autor hace a la guerra, como actividad política muy apta para generar mentiras: ‘Sin un gran número de esas falsedades saludables --opina Swift-- no habríamos alimentado tanto tiempo de guerra’”. Esas “falsedades saludables” son las que convienen a los propósitos de los señores de la guerra, del complejo militar industrial y de las clases gobernantes de las grandes potencias en un mundo unipolar como el actual.

Las “falsedades saludables” a las que se refiere Swift son en las que se montan las “justificaciones” de la guerra total contra el terrorismo a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2002 contra las Torres Gemelas en Nueva York y en las que se embarca el señor George W. Bush en su guerra de ocupación y conquista contra Afganistán, primero, y contra Irak, después. De la guerra de ocupación a Irak, paso a referirme a algunas --muy pocas, por cierto--, cuestiones principales, reveladoras e ilustrativas.

La semana pasada, los despachos de prensa informaron de la discreta retirada --por razones de seguridad, aseguró el Pentágono--, del último convoy de asalto estadounidense de Irak. Se hacía referencia, además, a que permanecerían en Irak 56 mil soldados con la misión de “continuar con el adiestramiento de las tropas iraquíes y participar en las operaciones que les soliciten”. El departamento de Estado, por su parte, prevé que contratistas privados envíen 7 mil mercenarios para el apoyo, resguardo y seguridad de sus instalaciones en territorio iraquí.

Como se recordará, esta guerra de ocupación y conquista comenzó con los bombardeos del 20 de marzo de 2003 a Bagdad. Las armas de destrucción masiva tras las que iban las tropas invasoras nunca aparecieron. Lo que sí consiguieron fue derrocar a Sadam Hussein, capturarlo y encarcelarlo. Lo ahorcaron después de un juicio con excesos e irregularidades jurídicas en que se puede incurrir en un país ocupado. Según dos abogados del Foreign Office, la invasión a Irak fue ilegal.

El entonces presidente estadounidense, George W. Bush, en una exaltada manifestación de triunfalismo y obcecación, a bordo del portaaviones Abraham Lincoln a “apenas mes y medio del comienzo” de la ocupación de Irak, dio por terminada “exitosamente” semejante aventura bélica. Ni fue cierto lo anunciado entonces, como tampoco lo es que la ocupación yanqui vaya a terminar a partir del 1 de septiembre.

En cuanto a costos humanos, en Irak hay actualmente tres millones de viudas y cinco millones de desplazados. Desde que principió la guerra han muerto alrededor de 100 mil civiles. Según datos oficiales, la guerra contra Irak le “ha costado la vida a 4 mil 400 miembros del ejército estadounidense y la de decenas de miles de iraquíes”, así como de varios cientos de soldados de otras nacionalidades. Las cifras de heridos entre los ocupantes, son cuantiosas.

La guerra contra Irak, al próximo martes 31 habrá durado siete años, cinco meses y 11 días. Sin embargo, la ocupación extranjera continuará y, en consecuencia, la resistencia de los iraquíes, también.

jueves, 19 de agosto de 2010

A media semana

En defensa de la humanidad


Carta abierta a los estadounidenses
que luchan contra la guerra


El actual presidente de Estados Unidos de Norteamérica, señor Barack Obama, nació el 4 de agosto de 1961. Mi país, Guatemala, era gobernado por el general Miguel Ydígoras Fuentes; Estados Unidos, por John F. Kennedy. Siete años atrás, John Foster Dulles, secretario de Estado y accionista de la United Fruit Company (UFCO), y su hermano, Allen Welsh Dulles, director de la CIA y abogado de la UFCO, fraguaron y financiaron un golpe de Estado contra el gobierno legítimo de Guatemala.

Con la complicidad de un puñado de militares traidores del Ejército guatemalteco, el apoyo de los terratenientes semifeudales de la época, la jerarquía católica y el furibundo anticomunismo local, centroamericano y del Caribe, el 27 de junio de 1954 fue depuesto el presidente Jacobo Arbenz Guzmán, electo democrática y popularmente en diciembre de 1950. Se interrumpió así, violentamente, el más avanzado proceso revolucionario, democrático y progresista de nuestra historia. Las consecuencias de la intervención extranjera las seguimos padeciendo los guatemaltecos hasta hoy.

De aquella sucia operación, muchos estadounidenses de ahora quizás nada sepan o tengan muy poca información y conocimiento. Si así fuera, lo cual no lo deseo, la mejor documentación de que se dispone está recogida en La fruta amarga, la CIA en Guatemala de Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer, así como en Operación PBSuccess de Nicholas Cullather. En la Gloriosa Victoria, Diego Rivera retrata vivamente la semblanza siniestra de quienes planearon y llevaron a cabo infamia semejante.

La responsabilidad de la intervención corresponde por entero a la administración republicana gobernante. Al pueblo estadounidense lo liberó de toda responsabilidad la generación de entonces. Cuando la intervención estaba en marcha, tuvo lugar en el Madison Square Garden un histórico mitin de solidaridad con nuestro pueblo. Sus participantes desaprobaron la intervención extranjera a mi país e internacionalista y emocionadamente corearon vivas a Paul Robeson cuando entonó algunas de las más hermosas estrofas de nuestro himno patrio.

Por haber sido una decisión acordada en la Casa Blanca por el general Dwight D. Eisenhower y su vicepresidente, Richard M. Nixon, no les será difícil comprender y medir los alcances que tiene para un pueblo y un país como el de ustedes, semejante afrenta a un país y a un pueblo como el guatemalteco.

La esplendorosa esperanza que emerge en la madrugada del 20 de octubre de 1944, no ha sido truncada ni rota y, menos, destrozada. Sigue viva en el corazón, en la mente y en la lucha diaria de la mayoría de nosotros, los guatemaltecos. Continúa vigente y llegará el día en que, de acuerdo a la situación y condiciones, rasgos y características de nuestra época, habrá de resurgir con más fuerza y proyección. Será el reencuentro social y popular en el camino a seguir para alcanzar nuestra verdadera independencia y nuestra real e irrenunciable emancipación.

Pero no es sólo esto lo que quería referirles. Antes y después de 1954, varios gobernantes estadounidenses --demócratas como republicanos--, han urdido las peores patrañas, mentiras y provocaciones a fin de “justificar” sus guerras de agresión y ocupación a otros pueblos y países.

Es lo que ocurrió en Corea y en Vietnam, en donde fueron humillantemente derrotados. Es lo que han intentado por más de 50 años contra Cuba y también han sido derrotados. Ocurrió, también, contra Panamá, Granada, la República Dominicana y Haití. Ya lo hicieron contra Irak y es allí donde actualmente libran una guerra que ya perdieron. Lo mismo pasa en Afganistán después de ocho años de derrota tras derrota.

En el momento actual, la amenaza mayor que se cierne sobre la humanidad es que el gobernante estadounidense, señor Barack Obama, se decida a desencadenar una guerra nuclear contra Irán o contra la República Democrática Popular de Corea.

A quienes estamos por la paz y en defensa de la humanidad, nos corresponde unirnos para salirle al paso a tan siniestros y destructores planes. Desde cualquier trinchera en que nos encontremos, no hay compromiso mayor que adherirnos a la campaña mundial dirigida a solicitar del mandatario estadounidense que no vaya a dar la orden de atacar con armas nucleares a Irán o a Corea Democrática y Popular.

A ustedes, hombres, mujeres, jóvenes, adultos y ancianos estadounidenses, fervientes, decididos y convencidos luchadores por la paz, corresponde, igualmente, la tarea histórica de contribuir a que esto no llegue a suceder y solicitar al presidente Obama que no vaya a desencadenar una guerra nuclear. Ello significaría acabar de un plumazo con todo lo logrado por valiosos y dedicados hombres y mujeres a la largo de la historia.
A la espera de que en Estados Unidos haya alguien que lea la presente, a través de la misma y ante ustedes, dejo constancia de mi adhesión a esta humanitaria campaña mundial. Atenta, amistosa y solidariamente.

Ricardo Rosales Román/Carlos Gonzáles

jueves, 12 de agosto de 2010

A media semana

¿Podrá llegar el día en que las cosas
dejen de estar cada vez peor?



Esta pregunta me la hice en 1986. Y, situándome más en el pasado, ya me la había hecho después del viernes 26 de julio de 1957. Con el magnicidio ocurrido aquella noche en Casa Presidencial, no se puso fin al régimen castilloarmista. Al contrario, el país continuó hundiéndose en la crisis por agotamiento y caducidad del sistema social, económico y político impuesto. Yéndose un poco más atrás, esa pregunta fue obligada hacérsela desde el momento mismo de la consumación de la intervención yanqui a nuestro país, aquél aciago 27 de junio de 1954.

Dicho brevemente: las cosas tienden a estar cada vez peor, y no hay modo que se puedan cambiar. De lo que ahora estoy más convencido que antes es que nunca será tarde para hacerlo y sí impostergable para que los acontecimientos no nos vayan a rebasar como sucedió en mayo de 1993 y estuvo a punto de ocurrir en mayo del año pasado.

En 1993 y en el 2009, hubo quienes estuvieron interesados (y lo siguen estando) en que las cosas marchen en esa dirección. Y no se trata de reales o supuestas conspiraciones. En una situación como en la que está el país, las condiciones son propicias para ello, y es así porque quienes son responsables de que esto pueda ocurrir y quienes tratan de forzar que ello vaya a suceder están, cada quien por su lado, creando o valiéndose de la situación y condiciones para que ocurra.

La polarización de la sociedad que tanto se comenta en los medios no es otra cosa que la sorda pugna de intereses por el control del manejo de la cosa pública y el poder político. Se trata de la lucha entre dos o más sectores --aparentemente irreconciliables-- por el reparto de privilegios y por lograr que en los cargos de importancia institucional estén quienes mejor sirvan a sus intereses.

Esto se puede advertir en lo que se discute en la actual legislatura en materia presupuestaria y en lo referente a los fondos para la reconstrucción después del paso de la tormenta Ágata y lo del Pacaya, así como las secuelas que aún quedan del Mitch y del Stan. Es lo que sucedió, además, en el seno de las comisiones de postulación para la elección de magistrados de la Corte Suprema de Justicia y Salas de Apelaciones.

Ya uno se puede imaginar lo que habrá de ocurrir con la elección del Fiscal General de la República y al momento de decidir a quién corresponderá estar a cargo de la Contraloría General de Cuentas (CGC) así como de los que habrán de ocupar las cómodas poltronas de la Corte de Constitucionalidad (CC). Quien estuvo a cargo de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) hasta hace poco, no es ajeno a esa rebatiña.

Desde luego que no es sólo esto lo que está en el fondo de la crisis. Sin embargo, es en estas pugnas en que se pone más de manifiesto y en torno a lo que giran los intereses de los distintos grupos de poder y las estructuras paralelas que en realidad están detrás de lo que está sucediendo. Las caras y figuras visibles puede que no sean las mismas del pasado, pero los intereses sí que siguen siendo los mismos.

Salvaguardar la institucionalidad en nuestro país supone, en primer lugar, no prestarse al juego de quienes han corrompido la labor gubernamental, se han puesto de espaldas al pueblo, enriquecido a manos llenas e ilícitamente y no han sido denunciados y procesados o de a quienes interesa copiar al carbón lo que sucedió y sigue pasando en Honduras. Salvaguardar la institucionalidad supone, además, luchar por cambiar lo que anda mal, fortalecer lo que haya sido bien hecho (que casi no es nada) y avanzar a una etapa superior de desarrollo, avance y progreso.

En lo internacional la amenaza de una guerra nuclear en el Cercano y el Lejano Oriente o en la península coreana, aunque aún persiste, puede ser evitada. Así lo expresó el sábado el máximo dirigente de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, ante la Asamblea del Poder Popular y se los reiteró a cuatro periodistas venezolanos con quienes se entrevistó el día siguiente.

El momento es propicio para adherirse al llamamiento a dirigírsele al presidente de Estados Unidos, señor Barack Obama, a fin de que asuma la decisión --que sólo a él corresponde-- de no desencadenar semejante hecatombe.

Las armas nucleares no hacen distinción de clase ni posición política o ideológica, situación económica o social. Acaban por igual con quienes tienen acumuladas cuantiosas fortunas como a quienes nada tienen. El desastre que se podría ocasionar con esta otra guerra sería infinitamente superior al ocasionado hace 65 años en Hiroshima y Nagazaki. De ahí la trascendencia de contribuir a salvar a la humanidad de una catástrofe de tal magnitud.

A estas alturas de la vida me pregunto, una vez más, si es que podrá llegar el día en que las cosas dejen de estar cada vez peor. Un examen crítico y autocrítico es el ejercicio obligado a fin de encontrar el camino a seguir para emprender los cambios estructurales que el país necesita y lograr que llegue ese día que anuncie un nuevo amanecer.