Lo político y “electoral”,
en el momento actual
Para contextualizar el momento actual en lo político y
“electoral”, es necesario tener en cuenta lo acontecido en las tres décadas
recientes; es decir, a partir de la llamada apertura democrática. Es necesario,
además, preguntarse si se trató de una real y verdadera apertura democrática y
‒si no es así‒, qué fue lo que se trató de institucionalizar en 1985 y cuáles
sus objetivos y propósitos.
Lo ocurrido en
estos 30 años confirma que la “apertura democrática” fue institucionalizada a
fin de legitimar un reacomodo institucional y gubernamental a conveniencia de
la élite del poder real; que el poder militar y pro oligárquico formalmente
pasara a manos de los civiles; garantizar la continuidad de un sistema
económico, político, social e institucional con evidentes síntomas de
agotamiento; y, en tales condiciones, tratar de sacar al país del atolladero al
que lo orillaron los gobernantes militares impuestos en 1970, 1974 y 1978 y sus
antecesores.
De 1985 para
acá, el país ha estado gobernado por siete presidentes “electos” y uno
designado por el Congreso de la República. En lo político e institucional
parecería entonces estar ante un prolongado período de sucesión gubernamental
propio de un país institucionalmente estable y un sistema “electoral” y de
partidos garante del respeto de la voluntad soberana del pueblo. Estrictamente
hablando, las cosas no son así.
La
alternabilidad gubernamental en nuestro país expresa y resume la caducidad y
agotamiento del sistema electoral y de partidos, la ingobernabilidad e
inestabilidad institucional. Las siete votaciones que se han realizado tienen
en común que ningún partido o coalición de partidos que haya asumido el poder,
se “reelija”, continúe en el gobierno o que, después, vuelva a gobernar.
En el país, no
se elige, se escoge y se escoge al menos peor y lo escoge una minoría de la
ciudadanía empadronada. La abstención, los votos nulos y las papeletas en
blanco, es lo que, en general, predomina.
A ello hay que
agregar que el gobernante que resulta “electo” es quien en la votación anterior
ocupó el segundo lugar, es el más virulento “opositor” del gobernante a quien
se propone “sustituir” y al llegar a gobernar, la culpa de todo lo malo que
encuentra al asumir “el poder” lo achaca a su antecesor. En su incapacidad de
cambiar lo que “encuentra” mal, acaba resultando siendo peor que su antecesor.
Esta sui generis
sucesión y alternabilidad gubernamental, en ningún caso ha significado un real
y verdadero cambio de fuerzas en el poder. A un gobierno anterior le sucede el
que pasa a ser la continuidad del que le ha antecedido y así… sucesivamente. En
tales condiciones, resulta imposible que algo pueda cambiar. Al contrario,
asegura y garantiza la continuidad del secuestro de la gestión gubernamental
por parte de la élite oligárquica y su empresariado organizado, los poderes
fácticos y paralelos, la corrupción e impunidad.
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