Palabras expresadas con ocasión del
XVI aniversario de la firma de la Paz
Cuando se me invitó a asistir a la Ceremonia del Cambio
de la Rosa de la Paz a realizarse con ocasión del XVI Aniversario de la firma
del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, pensé que podría tratarse de una ceremonia
más como las que han tenido lugar aquí, en el Patio de la Paz del Palacio
Nacional de la Cultura. Me pareció, en consecuencia, que no procedía asistir.
Sin embargo, me percaté y comprendí que procedía estar
presente en tanto que considero que lo que procede es, en esta ocasión, hacerle
entrega, personalmente, al Presidente de la República de Guatemala, señor Otto
Pérez Molina, de una carta abierta en la que le doy a conocer mi opinión y
posición respecto al estado de los Acuerdos de Paz y lo que considero la ruta a
seguir a fin de concertar la construcción de una Nueva Nación, un nuevo País.
Proceder de otra manera, me dejaría al margen del
compromiso que adquirí desde el momento en que, junto a los compañeros de la
Comandancia General de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG),
asumimos la decisión de, por medios políticos, ponerle fin al enfrentamiento
armado y discutir y convenir, con el Gobierno de la República, lo que han
pasado a ser y constituyen las bases de solución de las causas estructurales e
institucionales que le dieron origen. Con mi asistencia a esta ceremonia
conmemorativa, ratifico mi compromiso, en mi calidad de ciudadano y signatario
de los Acuerdos de Paz, con lo acordado y convenido.
Si en algo hay que insistir a 16 años de la firma de la Paz es que, aunque la situación y condiciones
del país en el momento actual no son las mismas que en aquél momento, las
causas estructurales e institucionales que dieron origen al enfrentamiento
armado están, en su conjunto, pendientes de resolver; sus consecuencias y
efectos, continúan siendo motivo de conflictos sociales y exigencias y demandas
de los sectores sociales y populares.
El camino recorrido a lo largo del proceso de
negociación y conversaciones, nos deja muy
valiosa experiencia y ricas enseñanzas. Con base en ellas, habrá que continuar
trabajando a fin de que los problemas derivados de la situación y condiciones
del momento y su posible desarrollo y desenvolvimiento, se atiendan y
resuelvan. El diálogo tiene legitimidad y validez si corresponde a la voluntad
y decisión política de conducirse con el propósito de acercar puntos de vista,
encontrar en lo que se puede coincidir y que
las diferencias no se conviertan en un pretexto para demorar o posponer la
solución de lo planteado y no avanzar en lo
que se está de acuerdo.
La paz no puede ser posible si los conflictos sociales
no se atienden y resuelven oportuna y adecuadamente o si se criminaliza la
protesta social y popular. El recurrir a la violencia y a la represión no es el
camino a seguir para que en nuestro país se creen las condiciones para una vida
mejor, con seguridad, progreso y bienestar, equidad y justicia social. La paz
no es firme y duradera si no se salvaguardan y protegen los recursos y riquezas
naturales, la independencia y soberanía nacional.
La paz será firme y duradera a partir del momento en
que el régimen de tenencia, propiedad y explotación de la tierra deje de ser
tan atrasado, caduco y excluyente y que a quienes son los que en realidad la
trabajan y hacen producir no se les haga partícipes activos y reconozca su
derecho a ser protagonistas y artífices del desarrollo y el progreso, su
autosuficiencia alimentaria y nutricional.
La paz no puede ser posible si no se garantiza la
seguridad ciudadana y se atacan las causas que son el caldo de cultivo del crimen
organizado, el narcotráfico, la trata de personas, el trasiego de armas, el
tráfico de influencias, la corrupción y la impunidad. La paz es el más
formidable sostén y apoyo para una gestión gubernamental democrática y
participativa.
La probidad y honestidad, a su vez, son el baluarte capaz de contener y acabar con
cualquier forma o manifestación de corrupción y tráfico de influencias. Y si
algo hay que honra al ciudadano es la trasparencia, probidad y honestidad en el
manejo y conducción de los asuntos públicos y de Estado. Nuestro país no puede
avanzar, desarrollarse y progresar, y se altera la paz y vulnera la
institucionalidad cuando lo que prevalecen son los intereses de unos cuantos y
no el interés y beneficio del país y la nación y persiste esa grosera e
insultante desigualdad económica y social.
En tales condiciones, la construcción y
fortalecimiento de la paz firme y duradera, pasa por la institucionalización y
legitimación del carácter multiétnico, pluricultural y multilingüe de la Nación
guatemalteca, el respeto a los derechos humanos y trabajar incansablemente a
favor del desarrollo y progreso del país, la equidad y justicia social, nuestra
independencia y soberanía, la reconciliación nacional, la seguridad ciudadana y
la democracia real, funcional y participativa, conforme al contenido sustantivo
e integral de los compromisos y acuerdos suscritos.
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