jueves, 11 de octubre de 2012



No fue un confuso incidente;
se trata de una masacre

Los titulares de portada no siempre son la noticia principal del día. Los demás encabezados a veces no reflejan el contenido exacto de lo que se informa y, en ocasiones, resumen mal lo que se debió informar más ampliamente. Lo mismo sucede con algunas de las opiniones que se publican. Muchas de esas opiniones, cuando no sesgan lo sucedido, lo tergiversan o son como una advertencia para que no se opine de manera diferente, mantener la “ecuanimidad” o el “equilibrio”. De lo contrario, se está ante el riesgo que se le señale de “intransigente”, “sectario”, “iracundo”, “colérico”. “intolerable”, “resentido”.

Traigo a cuenta lo anterior porque es lo que deduzco de buena parte de lo que se ha publicado y opinado, hasta ayer, acerca de los sucesos del pasado jueves 4 de octubre en la Cumbre de Alaska. Desde que se empezó a informar lo que allí estaba sucediendo, no era difícil advertir la gravedad de los hechos, y con lo que ya se conoce ahora es fácil concluir que no se trató de un confuso incidente, sino de una masacre, de un crimen de Estado.

Los 34 heridos y los ocho campesinos de Totonicapán asesinados por soldados del ejército el 4 de octubre, salvo que se compruebe que no fue así, es una acción intimidatoria por imponer el orden, a como dé lugar. Varias e importantes cuestiones son ahora mucho más evidentes.

El cada vez más extendido y generalizado descontento social y popular, es resultado de la acumulada y no resuelta injusticia social, los atropellos y abusos de patronos y hacendados y el autoritarismo y represión gubernamental, así como de la negligencia oficial para atender y resolver las demandas de la población.

El que así procede y blande la amenaza de “hacer caer todo el peso de la ley” en contra de quienes pacíficamente ocupen edificios públicos, bloqueen carreteras o manifiesten en las calles y avenidas de la capital, no alcanza a entender que estos asuntos no es así como se deben manejar y que resulta cada vez más difícil que se allane el camino hacia el encuentro de soluciones y entendidos consistentes y en interés del país; no sólo a conveniencia de unos cuantos.

A estos señores, parece habérseles olvidado que el interés general está por encima de los intereses particulares y que su incapacidad e imprudencia están más allá de lo que uno pudo haber imaginado. No de otra manera se puede entender lo dicho por altos funcionarios del gobierno.  

Este lunes, el ministro de Relaciones Exteriores, señor Harold Caballeros, ante el cuerpo diplomático acreditado en el país, “reconoció con dolor”, pero sin el menor recato y vergüenza, que, "en ciertas latitudes ocho muertos es una cosa muy grande, y aunque suena muy mal decirlo, a diario tenemos el doble de muertos”. Ante semejante ligereza, resulta irrelevante que lamente el enfrentamiento y, de lo más imprudente, que considere que no debe ser “una llamada de atención tan grande”.

Tan irresponsable, poco serio y fuera de lugar, puede considerarse, a su vez, lo que el encargado del Sistema de Diálogo Nacional, les dijera a los embajadores ese mismo día lunes. Miguel Ángel Balcárcel les dijo que “un enfrentamiento entre campesinos y el Ejército como el ocurrido el 4 de octubre se esperaba para descalificar al gobierno”. A ello agregó que “hay un posicionamiento ideológico de actores que estaban esperando esa tragedia para ‘apalancarse’ sobre esos elementos y descalificar a esta administración, eso está muy claro”, puntualizó.

En consecuencia, resulta inimaginable que ante hechos de la gravedad que tiene lo sucedido en el kilómetro 170 de la Ruta Interamericana, haya funcionarios que se expresen de esa manera y permanezcan aún en sus cargos. Con semejantes ligerezas e imprudencias, la continuación del diálogo y arribar a un entendimiento válidamente aceptable, está más lejos de como estaba seis días atrás. 

En todo caso, lo que procede, además de establecer la verdad de lo sucedido, es deducir las responsabilidades que de ello resulten y, sin más demora y ningún pretexto o subterfugio, atender y resolver las demandas de los habitantes de los 48 Cantones de Totonicapán, dignos continuadores de la rebeldía y anhelos de Atanasio Tzul.

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