El maestro Sarmientos,
en Budapest
En las primeras horas de la mañana de un día de otoño en Budapest, recibí
una llamada telefónica desde Praga. Se me dijo que en horas de la tarde estaría
llegando al aeropuerto de la capital de Hungría, Jorge Álvaro Sarmientos.
Empezaba a arreciar el frío y el viento otoñal estaba en su apogeo.
Al día siguiente de su llegada, lo fui a visitar al
hotel en donde fue hospedado. El hotel quedaba a cuadra y media de la sede de
la Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD), en cuyo Buró trabajaba
yo como representante de la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT).
Luego del efusivo saludo y muy fuerte abrazo,
conversamos del programa que le habían preparado y a esas actividades agregamos
otras que se podían organizar, coordinar y convenir. Su actividad fue intensa.
Admirador de Bela Bartok, recuerdo que a Ana María y a mí nos impresionó la vez
que en el Conservatorio de Budapest, observamos con qué atención y pasión fue
leyendo las partituras de Bartok que le proporcionaron.
Yo tuve la impresión de que Jorge estaba escuchando
cada nota de las hojas que tenía ante sus ojos. Cuando terminó, en voz baja,
algo pausadamente y con emoción, nos dijo: “¡Qué hermoso! ¡Qué imponente,
muchá!”. Luego de un no muy prolongado silencio (ahora se me ocurre que fue
porque podía estar oyendo atronadores aplausos), volvió a ser el efusivo y
ameno conversador de siempre.
Como buenos y ávidos andariegos, Jorge, Ana María y
yo, bordeamos el Danubio del lado de Buda y del lado de Pest. Subimos a La
Ciudadela. Paseamos por Lenin Korut, por Vaci utca y por la Isla Margarita. Nos
solazamos ante el imponente edificio del Parlamento tanto como ante la hermosa
Plaza de Los Héroes.
Una noche, cenamos en el Matyas Pince y le dio un gran
gusto saborear la halaszle, riquísima sopa de pescado muy picante. A quien nos acompañaba
le dijo que le pidiera más chile. El compañero no salía de su asombro cuando
vio la cantidad de paprika que le agregó y el placer con que la degustó.
También estuvimos una tarde en Vorösmarty ter, en cuya mejor cafetería se
degustaban, en aquellos años, los más deliciosos pasteles de Hungría y un muy
riquísimo café a la italiana.
El día que fue a cenar a nuestra casa, Ana María,
Pedro --nuestro primer hijo-- y yo, lo llevamos a que conociera el barrio en
donde vivíamos. Era un barrio de obreros, el Joseph Atila. Nuestro departamento
quedaba en un edificio de Potyös utca. Luego de aquellos gratos días, prosiguió
su gira por Europa.
Un hecho que no se me olvida es que en 1963, Jorge me
comunicó su decisión de que en la Casa del Estudiante, entonces sede de la AEU,
quedara depositada la Orden del Quetzal que le había sido otorgada tiempo
atrás. Lo hizo como testimonio de protesta e indignación ante el asesinato de
los estudiantes en la Facultad de Derecho, el 12 de abril de 1962.
Ahora que se cumplen ocho días de su fallecimiento he
querido recordar algo de lo que compartimos durante aquel otoño en Budapest y
agregar que el porkolt que cocinó Ana María y el tokaj que bebimos en nuestro
apartamento, ha sido de los platos más deliciosos y el más exquisito vino que
pudimos degustar. Lo que es muy cierto es que la comida y el vino saben mejor y
se disfrutan mucho más por la compañía con que se comparte y con quien se
brinda.
Después de la firma de la Paz, Jorge y yo nos volvimos
a encontrar muchas veces.
El maestro Sarmientos es de los que continúan viviendo.
Continúa viviendo por lo que fue, por lo que creó, por lo que soñó, por lo que
anheló y por lo que luchó. Su amor a nuestro pueblo y a la libertad, está
plasmado en su portentosa obra.
Todo lo que deseamos
Ana María y yo, es que Matty, Jorge, Igor y Mónica, tengan la fortaleza
suficiente para soportar el pesar que los embarga, en la seguridad que somos
muchos los que les acompañamos solidariamente y que a él lo recordaremos
siempre.
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