miércoles, 3 de octubre de 2012



El maestro Sarmientos,
en Budapest


 En las primeras horas de la mañana de un día de otoño en Budapest, recibí una llamada telefónica desde Praga. Se me dijo que en horas de la tarde estaría llegando al aeropuerto de la capital de Hungría, Jorge Álvaro Sarmientos. Empezaba a arreciar el frío y el viento otoñal estaba en su apogeo.

Al día siguiente de su llegada, lo fui a visitar al hotel en donde fue hospedado. El hotel quedaba a cuadra y media de la sede de la Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD), en cuyo Buró trabajaba yo como representante de la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT).

Luego del efusivo saludo y muy fuerte abrazo, conversamos del programa que le habían preparado y a esas actividades agregamos otras que se podían organizar, coordinar y convenir. Su actividad fue intensa. Admirador de Bela Bartok, recuerdo que a Ana María y a mí nos impresionó la vez que en el Conservatorio de Budapest, observamos con qué atención y pasión fue leyendo las partituras de Bartok que le proporcionaron.

Yo tuve la impresión de que Jorge estaba escuchando cada nota de las hojas que tenía ante sus ojos. Cuando terminó, en voz baja, algo pausadamente y con emoción, nos dijo: “¡Qué hermoso! ¡Qué imponente, muchá!”. Luego de un no muy prolongado silencio (ahora se me ocurre que fue porque podía estar oyendo atronadores aplausos), volvió a ser el efusivo y ameno conversador de siempre.

Como buenos y ávidos andariegos, Jorge, Ana María y yo, bordeamos el Danubio del lado de Buda y del lado de Pest. Subimos a La Ciudadela. Paseamos por Lenin Korut, por Vaci utca y por la Isla Margarita. Nos solazamos ante el imponente edificio del Parlamento tanto como ante la hermosa Plaza de Los Héroes.

Una noche, cenamos en el Matyas Pince y le dio un gran gusto saborear la halaszle, riquísima sopa de pescado muy picante. A quien nos acompañaba le dijo que le pidiera más chile. El compañero no salía de su asombro cuando vio la cantidad de paprika que le agregó y el placer con que la degustó. También estuvimos una tarde en Vorösmarty ter, en cuya mejor cafetería se degustaban, en aquellos años, los más deliciosos pasteles de Hungría y un muy riquísimo café a la italiana.

El día que fue a cenar a nuestra casa, Ana María, Pedro --nuestro primer hijo-- y yo, lo llevamos a que conociera el barrio en donde vivíamos. Era un barrio de obreros, el Joseph Atila. Nuestro departamento quedaba en un edificio de Potyös utca. Luego de aquellos gratos días, prosiguió su gira por Europa.

Un hecho que no se me olvida es que en 1963, Jorge me comunicó su decisión de que en la Casa del Estudiante, entonces sede de la AEU, quedara depositada la Orden del Quetzal que le había sido otorgada tiempo atrás. Lo hizo como testimonio de protesta e indignación ante el asesinato de los estudiantes en la Facultad de Derecho, el 12 de abril de 1962. 

Ahora que se cumplen ocho días de su fallecimiento he querido recordar algo de lo que compartimos durante aquel otoño en Budapest y agregar que el porkolt que cocinó Ana María y el tokaj que bebimos en nuestro apartamento, ha sido de los platos más deliciosos y el más exquisito vino que pudimos degustar. Lo que es muy cierto es que la comida y el vino saben mejor y se disfrutan mucho más por la compañía con que se comparte y con quien se brinda.

Después de la firma de la Paz, Jorge y yo nos volvimos a encontrar muchas veces.

El maestro Sarmientos es de los que continúan viviendo. Continúa viviendo por lo que fue, por lo que creó, por lo que soñó, por lo que anheló y por lo que luchó. Su amor a nuestro pueblo y a la libertad, está plasmado en su portentosa obra. 

Todo lo que deseamos Ana María y yo, es que Matty, Jorge, Igor y Mónica, tengan la fortaleza suficiente para soportar el pesar que los embarga, en la seguridad que somos muchos los que les acompañamos solidariamente y que a él lo recordaremos siempre.

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