jueves, 18 de octubre de 2012



Antes, durante y después
del jueves 4 de octubre


No se puede ni se debe estar al margen o permanecer indiferente ante la situación que se crea a raíz de la ejecución extrajudicial de cinco comunitarios de Totonicapán, la muerte del padre de uno de ellos, la desaparición forzada de una persona, los 33 heridos y las lesiones a 13 soldados que dejó como saldo la masacre del 4 de octubre y cuya responsabilidad, por ahora, se atribuye a un coronel del Ejército y a ocho soldados bajo su mando.

Tampoco se puede ni se debe estar al margen o permanecer indiferente ante la apremiante situación y difíciles condiciones a que se ha orillado al país y que afectan y caen con toda su peso sobre la mayoría de la población así como dejar de fijar posición y, menos, pasar por alto la opiniones que ante lo sucedido ha dado a conocer la trasnochada y recalcitrante derecha, sus oficiosos portavoces y voceros y las presiones y amenazas de las ocho familias de la cúpula oligárquica que se creen y comportan como dueñas del país.

De la misma manera, no se puede ni se debe permanecer indiferente ante la incompetencia puesta de manifiesto por el gobierno antes, durante y después del jueves 4 de octubre y las irresponsables, cambiantes y contradictorias declaraciones del presidente de la República, su ministro de la Defensa, el de Gobernación, el de Relaciones Exteriores y del coordinador del Sistema Nacional de Diálogo (SND).

No resulta extraño que planteadas las cosas así, haya quienes estén diciendo que lo que se busca es exacerbar los ánimos de la población o de polarizar aún más a la sociedad guatemalteca. La exacerbación del estado de ánimo y disposición de lucha de la población y la polarización de la sociedad guatemalteca, no depende de lo que se opine o de la posición que se asuma ante lo que está ocurriendo en el interior del país y en la capital.

Dicho en otras palabras, corresponde a condiciones concretas y objetivas y éstas, a su vez, dependen y las determina la situación en que se encuentran los obreros, los campesinos sin tierra, los pueblos indígenas, los jóvenes, los estudiantes, las mujeres, los niños, los ancianos, los empleados públicos, las demás capas trabajadoras de la población y los desocupados y desempleados.

El estado de ánimo y disposición de lucha de la población y la polarización de la sociedad guatemalteca, está determinado, además, por la naturaleza y carácter del Estado, el sistema económico neoliberal y excluyente, la injusticia social, la brecha entre quienes todo lo tienen y quienes apenas si alcanzan a sobrevivir y, sobre todo, por el sistema de distribución, tenencia, propiedad y explotación de la tierra, los intereses de clase de finqueros y hacendados, grandes comerciantes e industriales y los de las multinacionales de la industria extractiva y generación de energía.

En ese orden de ideas, la reconsideración por parte del presidente Pérez Molina respecto a que el Ejército continuará apoyando a la PNC en las tareas de seguridad ciudadana, sólo se puede entender como resultado de las presiones y exigencias de lo más intransigente de la élite patronal y empresarial o como un intento por anticiparse o salirle al paso a algo más. Constituye, a su vez, una descortesía y desatención a la solicitud que le planteó el Cuerpo Diplomático acreditado en el país durante la reunión del lunes 8 de octubre en la Cancillería.

Entre tanto, los ejecutados extrajudicialmente el 4 de octubre y sus deudos, los heridos y sus familias así como los comunitarios de Totonicapán, continuarán sin que se resuelvan sus demandas y se deduzcan las responsabilidades que corresponde. 

El desgaste, desprestigio y pérdida de confianza y credibilidad a que tan aceleradamente se ha expuesto el gobernante, confirma que el período presidencial que se inició el 14 de enero, es --como lo preví a mediados del año pasado--, el último eslabón de la cadena de gobernantes “electos” a partir de 1985. 

Lo peor que podría pasar es que sus asesores, financistas y allegados al régimen lograran asegurar su continuidad. Y, si llegara a suceder, que Dios nos agarre confesados.

jueves, 11 de octubre de 2012



No fue un confuso incidente;
se trata de una masacre

Los titulares de portada no siempre son la noticia principal del día. Los demás encabezados a veces no reflejan el contenido exacto de lo que se informa y, en ocasiones, resumen mal lo que se debió informar más ampliamente. Lo mismo sucede con algunas de las opiniones que se publican. Muchas de esas opiniones, cuando no sesgan lo sucedido, lo tergiversan o son como una advertencia para que no se opine de manera diferente, mantener la “ecuanimidad” o el “equilibrio”. De lo contrario, se está ante el riesgo que se le señale de “intransigente”, “sectario”, “iracundo”, “colérico”. “intolerable”, “resentido”.

Traigo a cuenta lo anterior porque es lo que deduzco de buena parte de lo que se ha publicado y opinado, hasta ayer, acerca de los sucesos del pasado jueves 4 de octubre en la Cumbre de Alaska. Desde que se empezó a informar lo que allí estaba sucediendo, no era difícil advertir la gravedad de los hechos, y con lo que ya se conoce ahora es fácil concluir que no se trató de un confuso incidente, sino de una masacre, de un crimen de Estado.

Los 34 heridos y los ocho campesinos de Totonicapán asesinados por soldados del ejército el 4 de octubre, salvo que se compruebe que no fue así, es una acción intimidatoria por imponer el orden, a como dé lugar. Varias e importantes cuestiones son ahora mucho más evidentes.

El cada vez más extendido y generalizado descontento social y popular, es resultado de la acumulada y no resuelta injusticia social, los atropellos y abusos de patronos y hacendados y el autoritarismo y represión gubernamental, así como de la negligencia oficial para atender y resolver las demandas de la población.

El que así procede y blande la amenaza de “hacer caer todo el peso de la ley” en contra de quienes pacíficamente ocupen edificios públicos, bloqueen carreteras o manifiesten en las calles y avenidas de la capital, no alcanza a entender que estos asuntos no es así como se deben manejar y que resulta cada vez más difícil que se allane el camino hacia el encuentro de soluciones y entendidos consistentes y en interés del país; no sólo a conveniencia de unos cuantos.

A estos señores, parece habérseles olvidado que el interés general está por encima de los intereses particulares y que su incapacidad e imprudencia están más allá de lo que uno pudo haber imaginado. No de otra manera se puede entender lo dicho por altos funcionarios del gobierno.  

Este lunes, el ministro de Relaciones Exteriores, señor Harold Caballeros, ante el cuerpo diplomático acreditado en el país, “reconoció con dolor”, pero sin el menor recato y vergüenza, que, "en ciertas latitudes ocho muertos es una cosa muy grande, y aunque suena muy mal decirlo, a diario tenemos el doble de muertos”. Ante semejante ligereza, resulta irrelevante que lamente el enfrentamiento y, de lo más imprudente, que considere que no debe ser “una llamada de atención tan grande”.

Tan irresponsable, poco serio y fuera de lugar, puede considerarse, a su vez, lo que el encargado del Sistema de Diálogo Nacional, les dijera a los embajadores ese mismo día lunes. Miguel Ángel Balcárcel les dijo que “un enfrentamiento entre campesinos y el Ejército como el ocurrido el 4 de octubre se esperaba para descalificar al gobierno”. A ello agregó que “hay un posicionamiento ideológico de actores que estaban esperando esa tragedia para ‘apalancarse’ sobre esos elementos y descalificar a esta administración, eso está muy claro”, puntualizó.

En consecuencia, resulta inimaginable que ante hechos de la gravedad que tiene lo sucedido en el kilómetro 170 de la Ruta Interamericana, haya funcionarios que se expresen de esa manera y permanezcan aún en sus cargos. Con semejantes ligerezas e imprudencias, la continuación del diálogo y arribar a un entendimiento válidamente aceptable, está más lejos de como estaba seis días atrás. 

En todo caso, lo que procede, además de establecer la verdad de lo sucedido, es deducir las responsabilidades que de ello resulten y, sin más demora y ningún pretexto o subterfugio, atender y resolver las demandas de los habitantes de los 48 Cantones de Totonicapán, dignos continuadores de la rebeldía y anhelos de Atanasio Tzul.

miércoles, 3 de octubre de 2012



El maestro Sarmientos,
en Budapest


 En las primeras horas de la mañana de un día de otoño en Budapest, recibí una llamada telefónica desde Praga. Se me dijo que en horas de la tarde estaría llegando al aeropuerto de la capital de Hungría, Jorge Álvaro Sarmientos. Empezaba a arreciar el frío y el viento otoñal estaba en su apogeo.

Al día siguiente de su llegada, lo fui a visitar al hotel en donde fue hospedado. El hotel quedaba a cuadra y media de la sede de la Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD), en cuyo Buró trabajaba yo como representante de la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT).

Luego del efusivo saludo y muy fuerte abrazo, conversamos del programa que le habían preparado y a esas actividades agregamos otras que se podían organizar, coordinar y convenir. Su actividad fue intensa. Admirador de Bela Bartok, recuerdo que a Ana María y a mí nos impresionó la vez que en el Conservatorio de Budapest, observamos con qué atención y pasión fue leyendo las partituras de Bartok que le proporcionaron.

Yo tuve la impresión de que Jorge estaba escuchando cada nota de las hojas que tenía ante sus ojos. Cuando terminó, en voz baja, algo pausadamente y con emoción, nos dijo: “¡Qué hermoso! ¡Qué imponente, muchá!”. Luego de un no muy prolongado silencio (ahora se me ocurre que fue porque podía estar oyendo atronadores aplausos), volvió a ser el efusivo y ameno conversador de siempre.

Como buenos y ávidos andariegos, Jorge, Ana María y yo, bordeamos el Danubio del lado de Buda y del lado de Pest. Subimos a La Ciudadela. Paseamos por Lenin Korut, por Vaci utca y por la Isla Margarita. Nos solazamos ante el imponente edificio del Parlamento tanto como ante la hermosa Plaza de Los Héroes.

Una noche, cenamos en el Matyas Pince y le dio un gran gusto saborear la halaszle, riquísima sopa de pescado muy picante. A quien nos acompañaba le dijo que le pidiera más chile. El compañero no salía de su asombro cuando vio la cantidad de paprika que le agregó y el placer con que la degustó. También estuvimos una tarde en Vorösmarty ter, en cuya mejor cafetería se degustaban, en aquellos años, los más deliciosos pasteles de Hungría y un muy riquísimo café a la italiana.

El día que fue a cenar a nuestra casa, Ana María, Pedro --nuestro primer hijo-- y yo, lo llevamos a que conociera el barrio en donde vivíamos. Era un barrio de obreros, el Joseph Atila. Nuestro departamento quedaba en un edificio de Potyös utca. Luego de aquellos gratos días, prosiguió su gira por Europa.

Un hecho que no se me olvida es que en 1963, Jorge me comunicó su decisión de que en la Casa del Estudiante, entonces sede de la AEU, quedara depositada la Orden del Quetzal que le había sido otorgada tiempo atrás. Lo hizo como testimonio de protesta e indignación ante el asesinato de los estudiantes en la Facultad de Derecho, el 12 de abril de 1962. 

Ahora que se cumplen ocho días de su fallecimiento he querido recordar algo de lo que compartimos durante aquel otoño en Budapest y agregar que el porkolt que cocinó Ana María y el tokaj que bebimos en nuestro apartamento, ha sido de los platos más deliciosos y el más exquisito vino que pudimos degustar. Lo que es muy cierto es que la comida y el vino saben mejor y se disfrutan mucho más por la compañía con que se comparte y con quien se brinda.

Después de la firma de la Paz, Jorge y yo nos volvimos a encontrar muchas veces.

El maestro Sarmientos es de los que continúan viviendo. Continúa viviendo por lo que fue, por lo que creó, por lo que soñó, por lo que anheló y por lo que luchó. Su amor a nuestro pueblo y a la libertad, está plasmado en su portentosa obra. 

Todo lo que deseamos Ana María y yo, es que Matty, Jorge, Igor y Mónica, tengan la fortaleza suficiente para soportar el pesar que los embarga, en la seguridad que somos muchos los que les acompañamos solidariamente y que a él lo recordaremos siempre.