Estado policíaco y
militarización
El 14 de enero asumió la presidencia de la República el
general Otto Pérez Molina. Durante la segunda vuelta de las votaciones del año
pasado, contó con el apoyo, además
de su propio partido --el Partido Patriota (PP)--, del partido VIVA de Harold
Caballeros y el agrupamiento encabezado por el doctor Francisco Arredondo.
De las siete votaciones que han tenido lugar desde
1985, Pérez Molina es uno de los tres candidatos que menos porcentaje de votos
ha logrado obtener.
Según datos que ya habrá tiempo para depurar, en 1985
Cerezo Arévalo logró un 14.5 por ciento,
por encima del porcentaje que Pérez Molina obtuvo el año pasado. Con ese mismo
porcentaje (14.5), lo supera la votación a favor de Portillo en 1999.
Serrano Elías, en 1990, logró un 10.7 por ciento más
que el que favoreció al actual mandatario en 2011. En 2003, los resultados a favor de Berger,
superaron en 0.3 por ciento al que Pérez Molina alcanzó cuando se le “eligió”.
El porcentaje de votos a favor de Pérez Molina, sólo
está por encima, en un 1.0 por ciento, del porcentaje que obtuvo Colom en 2007
y 1.6 por ciento del que en 1995 favoreció a Arzú.
Además, durante los 26 años de la llamada transición
democrática, ninguna de las fuerzas políticas que han “gobernado”, ha sido
reelecta.
En tales condiciones y a fin de tener una idea de lo
que en realidad podría lograr el gobierno presidido por un militar en retiro,
hay que tener en cuenta cómo trabaja, lo que proyecta y cómo trata de concretar
lo que se propone. A veces, pareciera que tiende a improvisar y precipitarse.
Es lo que le pasó con la propuesta de despenalizar las drogas, y podría sucederle
con sus reformas a la Constitución.
Sin embargo, aceleradamente se están concretando,
entre otros asuntos, la institucionalización del Estado policíaco y la
militarización del país.
Con el Estado policíaco, se busca que el Estado tenga
el control y vigilancia de la población y, con la militarización, “asegurar” el resguardo y defensa de zonas,
regiones y territorios vulnerables o áreas en alto riesgo.
En ambos casos, son planes para la seguridad interna
y, en lo exterior, de la política de seguridad interior, injerencista y
neocolonizadora de Estados Unidos para el área centroamericana y el Caribe.
La militarización va más allá del despliegue de
fuerzas e instalación de bases y destacamentos militares en lugares y regiones
fuera del control gubernamental o bajo la amenaza del contrabando, el crimen
organizado y el narcotráfico. Se complementa con operaciones conjuntas en que
participan tropas estadounidenses de élite.
Una de ellas, son los operativos que por aire, mar y
tierra se iniciaron la última semana de agosto en la costa sur del país como
parte de la “Operación Martillo”. Días antes, según se informó, estuvo de
visita al país el Jefe del Comando Sur de Estados Unidos, Douglas Fraser, para
“evaluar” el inicio de la operación.
La “Operación Martillo” es una iniciativa de España,
Holanda, República Dominicana, Colombia, Canadá y el Reino Unido. Aunque no
participan ni tienen presencia militar, cooperan con Estados Unidos que
encabeza la estrategia de combate al narcotráfico.
En la “Operación Martillo”, en Guatemala, participan
directamente 171 marines del ejército estadounidense y 250 soldados
guatemaltecos. Estados Unidos, aporta cuatro helicópteros. Según el portavoz
del ministerio guatemalteco de la Defensa, se cuenta, además, con la
colaboración de fuerzas especiales navales del Pacífico, embarcaciones, la
tercera Brigada de infantería y pilotos de helicópteros. (Siglo21, Guatemala 31 de agosto de 2012).
En cuanto al Estado policíaco, quienes hayan leído el libro 1984, tendrán una idea de lo que George
Orwell publicó a finales de los años 50 del siglo pasado e imaginó como una
amenaza para la sociedad del futuro. Actualmente, es una apabullante realidad
impuesta por el imperio más poderoso de la historia a los demás países del mundo
y en su propio territorio, a raíz de los atentados a las Torres Gemelas del 11
de septiembre de 2001.
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