miércoles, 27 de junio de 2012


América Latina, hoy

De una u otra manera, el gobierno de Estados Unidos se empeña en seguir tratando a América Latina como su patio trasero y, como tal, es así como concibe, implementa e instrumenta su política exterior y de seguridad nacional. El imperio estadounidense y sus gobernantes son, por su naturaleza y carácter, intervencionistas. En forma descarada o encubierta intervienen en los asuntos internos de los países al sur del río Bravo, así como lo hacen en otros países y regiones del mundo.

La abusiva política intervencionista de la Casa Blanca para América Latina se traza y ejecuta, implementa y pone en práctica a sabiendas de que algunos gobernantes en el Continente la aceptan como una fatalidad, y son incapaces de rechazarla y oponerse a ella. Al tiempo, Washington no ignora y tiene en cuenta la posición y política de aquellos gobernantes, pueblos y países que la rechazan con energía, dignidad, entereza y decoro. De ahí, su agresividad.

La vergonzante sumisión de gobernantes incondicionalmente al servicio del imperio fue lo predominante hasta mediados del siglo pasado. En el caso de Guatemala, la excepción lo constituye la Junta Cívico Militar que derrocó al dictador Ubico en 1944 y el gobierno del presidente Arévalo (1945 – 1951) y el del presidente Arbenz (1951 – 1954). El triunfo de la Revolución Cubana, el 1 de enero de 1959, marca un antes y un después para América Latina y el Caribe en su relación con el imperio.

A partir de 1990, la tendencia general favorece lucha de los pueblos, países, naciones y gobiernos de nuestro Continente por su real y verdadera independencia, el derecho a su autodeterminación y la defensa de la soberanía nacional. Ello no quiere decir que se esté exento de peligros y amenazas, en particular, en Bolivia, Ecuador y Venezuela, así como en Brasil, Uruguay y Argentina.

La precipitada y acelerada destitución el recién pasado día 22 del presidente Fernando Lugo en Paraguay, confirma que la derecha latinoamericana, las grandes transnacionales, tanto como los republicanos y los demócratas estadounidenses, no cejan en su empeño por interceptar y derrotar la lucha de los pueblos y gobernantes democráticos y progresistas que impulsan cambios estructurales de fondo, por ponerle fin a la dominación y dependencia imperialista y garantizar el desarrollo y el progreso, la equidad y la justicia social, la democracia real, funcional y participativa y la integración y unidad de los pueblos y naciones en condiciones de igualdad, respeto a la independencia, su soberanía y autodeterminación.

En una situación así, las elecciones del próximo domingo 1 de julio en México, adquieren particular importancia. Después de 70 años, en el 2000, el Partido Revolucionario Institucional perdió el poder. El gobierno lo asumió el derechista Partido Acción Nacional. A 12 años de distancia, la continuidad gubernamental de esa extrema derecha parece haberse agotado.

La avalancha globalizadora y el neoliberalismo a ultranza del priísmo en el gobierno, pudo haber marcado el principio del fin de una tan prolongada gestión y, por contradictorio que parezca, abrirle paso a una alternabilidad de derecha que después de dos períodos gubernamentales no parece tener asegurada su continuidad. La izquierda democrática y progresista, social y popular, en tres oportunidades, se ha presentado como alterativa real de poder, sin haber, todavía, llegado a gobernar.

Al día de hoy, la intención del voto no está del todo definida. Hay hechos nuevos a considerar y que pueden ser determinantes al momento del voto.

Hasta el surgimiento, hace unos 45 días, del  movimiento de estudiantes y jóvenes #YoSoy132, todo parecía indicar el “seguro” retorno del PRI al gobierno. Para el PAN, eran cada vez más difíciles sus posibilidades de seguir gobernando. Al candidato de la izquierda se le ubicaba en un distante tercer lugar.

En un correo que recibí recientemente, mi hijo Espartaco me dice que la correlación de fuerzas ha cambiado y que la percepción que va más allá de las encuestas realizadas por los grandes medios de difusión, permite percibir que Andrés Manuel López Obrador se ha fortalecido, que la emergencia de ciertos sectores de jóvenes ha influido y que la anunciada “cómoda” victoria del tricolor, es una ficción creada por los medios.

En opinión de analistas mexicanos, la elección se decidirá entre la derecha comprometida con los poderes fácticos, encabezada por Enrique Peña Nieto y su grupo de Atlacomulco, y la izquierda, liderada por Andrés Manuel López Obrador y su propuesta de un cambio verdadero.

Para el próximo sábado 30, el estudiantado y los jóvenes mexicanos han convocado a una gran marcha por la democracia y para hoy está programado el cierre de campaña del Movimiento Progresista en el Zócalo capitalino.
 
        Las cosas en México, por lo visto, no están como hace seis años.

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