jueves, 17 de marzo de 2011

A media semana

Nuestra institucionalidad actual:
de su agotamiento a su fase terminal


En una de mis columnas de finales del año pasado, abordé la cuestión de las contradicciones y decía que las que se dan en las alturas son intrínsecas a la rebatiña que tiene lugar en torno a la acumulación y acaparamiento de riqueza, ganancias y utilidades, privilegios y prebendas, adjudicaciones y licitaciones, exoneraciones e incentivos y, además, por el control del poder político y gubernamental. (Diario La Hora, miércoles 10 de noviembre de 2010).

Además, decía que, en determinadas condiciones y en unos casos, las contradicciones son de carácter antagónico y, en otros, no antagónicas, así como que las no antagónicas son secundarias y las antagónicas son las fundamentales y principales. Unas y otras, a su vez, son causa o efecto de la crisis y las crisis pueden ser recurrentes o cíclicas, continuadas o prolongadas y, en la medida en que se profundizan y agravan, desembocar en crisis por agotamiento y caducidad.

Lo expresado en aquella ocasión sigue teniendo validez y, a estas alturas, tiene --probablemente-- mayor actualidad aunque considero necesario hacer una que otra puntualización a fin de ubicar lo ya dicho en el contexto de nuestro acontecer histórico más reciente y lo que está ocurriendo ahora.

Al respecto debo comenzar diciendo que lo que entonces caractericé como una rebatiña es, dicho en otros términos, las pugnas, disputas y conflictos que tienen lugar entre la élite patronal y oligárquica tradicional, sus cámaras patronales organizadas y sus grupos paralelos de interés y presión, por un lado y, por el otro, las facciones políticas en el poder gubernamental y las que pugnan por alcanzarlo.

En ese marco y como lo consigné la semana pasada, la sociedad civil viene a ser algo así como una estructura paralela de presión que no está ni es ajena a las pugnas, disputas y conflictos entre la élite patronal y oligárquica y las distintas facciones políticas a cargo del poder gobernante.

Situando lo anteriormente dicho en el marco de lo acontecido a lo largo del siglo pasado y lo que va del presente, es posible caracterizar estos años de nuestra historia como la continuidad y sucesión del predominio y hegemonía de la élite patronal y oligárquica tanto en lo económico e institucional, como en el control y usurpación del poder político y gubernamental, los poderes del Estado, sus autoridades e instituciones. Sólo en 10 años, esto no fue así.

En los 113 años de nuestra historia reciente, es posible identificar cuatro etapas, cada una de ellas con sus características y especificidades, fases y momentos, y entre las que no es posible encontrar diferencias sustanciales a no ser en una de ellas (1944 – 1954) durante la que las cosas en lo institucional, político y social comenzaban a cambiar y empezaban a dejar de ser lo que eran antes.

Cronológicamente y en su contexto histórico, de estas cuatro sucesivas etapas la primera comienza en 1898 y se prolonga por 46 años. Al agotarse y caducar, en 1944, da paso a una segunda que dura 10 años (1944 – 1954) y durante la que tienen lugar las grandes transformaciones estructurales y de fondo en interés del país y beneficio de nuestro pueblo.

En junio de 1954, el proceso revolucionario iniciado el 20 de octubre de 1944, es violentamente interrumpido para dar paso a una tercera etapa (1954 – 1986) y cuya característica principal es la continuidad de sucesivos gobernantes militares de fuerza y que al agotarse y caducar da, a su vez, lugar a la etapa en que actualmente nos encontramos (se inicia en 1986) y durante la que se suceden siete gobernantes civiles sin que ello signifique y dé lugar a una real y verdadera alternabilidad gubernamental y de poder.

En esta etapa y durante dos períodos gubernamentales (2000 – 2004 y 2008 – 2011), la élite patronal y oligárquica y sus cámaras patronales parecieron estar ante el peligro (más supuesto que real) de llegar a perder el control del poder político y gubernamental a causa o como resultado de las pugnas, disputas y conflictos que parecían estar teniendo con las facciones políticas gobernantes.

En cuanto al momento actual, todo indica que --cualesquiera que sean los resultados de las votaciones que pudieran tener lugar en septiembre-- la llamada transición a la democracia podría estar en la fase terminal de su caducidad y agotamiento.
En tales condiciones, es obligado preguntarse, qué hacer, a partir de mayo, de mayo a septiembre y después de septiembre.

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