miércoles, 2 de febrero de 2011

A media semana

El Cairo, Plaza de Tahir,
1 de febrero de 2011



La semana pasada me referí, en particular, a la revuelta en Túnez. Algo adelanté, además, acerca de lo que estaba desencadenándose en El Cairo y otras importantes ciudades de Egipto. Desde la huída de Túnez del despótico y corrupto Ben Alí, han transcurrido 16 días. Las revueltas en Egipto comenzaron el pasado martes 26 de enero.

Hasta los medios occidentales de prensa se han visto obligados a considerar las protestas contra el gobierno de Hosni Mubarak como “sin precedentes”, lo cual es así y es así como hay que caracterizarlas sin dejar, por supuesto, de ahondar en su análisis, explicación e interpretación.

La República Árabe de Egipto está situada en el extremo nordeste de África. Limita al oeste con Libia, al sur con Sudán, al norte con el Mediterráneo y al este con el mar Rojo e Israel. Su extensión territorial es de 1,001,450 kilómetros cuadrados. Tres años atrás se estimaba que la población ascendía a más de 80 millones de personas.

Egipto es un país predominantemente agrícola. El algodón es de los cultivos de mayor importancia. También lo es la agricultura de subsistencia. Alrededor del 40 por ciento de la fuerza laboral se dedica a la agricultura y a la ganadería

Su producción industrial (textil, fertilizantes, productos de caucho y cemento, minería, manufactura y construcción), en 2008, constituía el 37.6 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB). Cuenta con alguna industria pesada y varias plantas para ensamblaje de autos.

El petróleo es el producto y fuente de ingresos más importante. Sus principales campos están en el Mar Rojo. Es rico en fosfatos, sal, piedra y mineral de hierro. El turismo es una de sus principales fuentes de divisas. En 1991, el gobierno empezó a privatizar 314 empresas estatales.

Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido son sus principales socios comerciales. Luego de la disolución y desaparición de la URSS, Egipto pasó a recibir la mayor ayuda por parte de EEUU, después de la que recibe de Israel.

Hosni Mubarak asumió el gobierno luego del asesinato de Anwar El-Sadat el 6 de octubre de 1981. Desde entonces, cinco sucesivos presidentes estadounidenses le han apoyado y, según lo reconoce Henry Kissinger, considerado como “la mejor manera de alcanzar los objetivos de EEUU en la región”. En lo militar, la Casa Blanca le ayuda con un millón 500 mil dólares anuales.

Lo que está aconteciendo en Túnez y Egipto, tiene aspectos que les son comunes y particularidades que les diferencian.

Refiriéndose a los eventos en su país, el periodista egipcio, Hossam el-Hamalawy, sostiene que las revoluciones no surgen de la nada. Es éste, probablemente, uno de los aspectos en común que caracterizan tanto a la revuelta en Túnez como a la de Egipto. La principal diferencia puede que esté en cuál vaya a ser el desenlace en uno y otro caso.

Para más de algún observador, en Túnez, pareciera como que hubiera vuelto la calma y nada haya cambiado a no ser algunas caras en el gobierno que se formó inmediatamente después del 17 de enero. A este respecto, nada está definido ni escrito ni resuelto.

En cuanto a Egipto, la movilización de más de dos millones de egipcios en las principales ciudades del país y que reunió el día de ayer en la Plaza de Tahir a una impresionante multitud exigiendo la inmediata dimisión de Mubarak, constituye el punto más alto de la agitación y movilización popular y social que conmociona el Norte de África.

Cuando las revueltas y protestas están en marcha, todo puede suceder. En el caso de Egipto, así como hay factores que harían posible que si lo que tan aceleradamente está sucediendo desemboque en el derrocamiento del régimen de Mubarak y el establecimiento de un nuevo orden institucional, revolucionario, popular y social, se pueden dar, igualmente, los que obstaculicen e impidan que de la revuelta se pase a la insurrección y de la insurrección a la toma del poder, que es lo decisivo y fundamental.

Esto es posible si se cuenta con una organización o un contingente de fuerzas bajo una dirección resuelta y decidida a vencer y triunfar, capaz de identificar al enemigo principal y las fuerzas a neutralizar y derrotar así como a las que hay que unir y ganar para la revolución.

Lo que también es cierto es que en Túnez y Egipto, las condiciones objetivas para una revolución están dadas. Falta comprobar si las subjetivas lo están. De aquí al viernes, en Egipto, mucho es lo que está en juego. En la región, además, Abdalá II no las tiene todas consigo.

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