Ronaldo y sus cuatro compañeros:
la catástrofe, una semana después
Antes, durante y después de la erupción del Pacaya y del paso de la tormenta tropical Agatha, ocurrieron no pocos acontecimientos a los que no se les prestó la debida atención; otros, que fueron suficientemente informados y destacados; y, no pocos, a los que no se les dio seguimiento y continuidad.
En todo caso, a doce días de la más reciente catástrofe, lo que más importa es ocuparse de lo que hay que hacer a fin de reconstruir, no reacomodar; cambiar lo que no funciona y esté mal, y prevenir, para después no tener que lamentar. Decirlo, nada cuesta ni es difícil; hacerlo, sí que es más complicado. Es, para decirlo en pocas palabras, un compromiso y tarea de todos.
El primer aguacero de este invierno en la ciudad capital cayó el martes 18 de mayo. Tres días después, se informaba que a consecuencia de las lluvias del día anterior un muro de la Avenida Hincapié y 5ª. Calle de la zona 13, se derrumbó matando a cinco obreros de la construcción. En la nota de Flor de María Ortiz se hace referencia, además, a que en la capital, y en Chiquimula, Escuintla, Alta y Baja Verapaz, fallecieron otras dos personas, una fue reportada como desaparecida, resultaron afectadas alrededor de 161 y unas 48 tuvieron que ser evacuadas. (Diario La Hora, 21 de mayo de 2010)
El caso de los obreros que murieron soterrados merece especial atención. Sólo al día siguiente de que ocurriera el derrumbe y por lo que empezó a evaluar la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED), se sabe ahora que semejante accidente se debió a “falta de analizar la compactación de la tierra en la construcción”.
Detenerse en lo que se ha tratado técnicamente de explicar como “la compactación de la tierra”, distrae la atención de lo principal. Lo principal consiste en empezar por deducir las responsabilidades que corresponden a la empresa constructora, a quien o a quienes hayan autorizado los trabajos y a la CONRED por su imprevisión y extemporáneo proceder. Pero, las cosas no hay que dejarlas allí.
En este caso dos son, al menos, los factores que se entrelazan y su entrelazamiento permite desentrañar lo que hay detrás de lo sucedido. Por un lado, está la irresponsabilidad de la constructora al realizar sus trabajos en tales condiciones, la de quien o de quienes autorizaron esos trabajos y que la CONRED se venga a dar cuenta un día después de que ocurrió el fatal accidente. Por el otro, salta a la vista y pone en evidencia, una vez más, la explotación laboral de que son objeto los obreros de la construcción y las precarias e inseguras condiciones en que trabajan.
Por alguna razón, los medios no han dado a conocer el nombre de la empresa ni el de los propietarios, empleadores y contratistas, salvo este vespertino que menciona a Edgar Coloc como “gerente de Recursos Humanos de una de las empresas constructoras”. Lo dudo pero ojalá que los tribunales llamados a conocer y dilucidar esta cuestión, procedan como corresponde y que la prensa escrita y los noticieros de radio y televisión no dejen de darle el seguimiento y atención que el caso amerita.
De acuerdo a lo que se informó, cinco fueron los obreros que murieron soterrados. Ronaldo Arias, Arnoldo Coc, Mynor Cu, Ramón Horacio Muy y Fernando Ortega. Los cuerpos de los dos primeros “fueron encontrados la misma noche de la tragedia”. Los otros tres, 19 horas después.
Carolina, la ahora viuda de Ronaldo, le dijo a la periodista Victoria Alvarado que su esposo “llevaba dos meses de trabajar” en la obra y que “hasta lloró cuando le contrataron porque nunca había tenido un empleo con buen sueldo”. En la aldea Llano Grande, Santa Rosa, Ronaldo “era jornalero y le pagaban Q25 al día…, en la constructora ganaba más de Q1,000 al mes”. (elPeriódico, 22 de mayo de 2010).
Si hay quien todavía tenga alguna duda acerca de las precarias y apremiantes condiciones en que labora la mayoría de albañiles del país y los miserables salarios que devenga, lo dicho por la viuda de Ronaldo, es elocuente, revelador. Lo mismo sucede con los demás obreros y empleados Es, además, una afrenta a la burocratizada y acomodaticia dirigencia sindical, a los inoperantes tribunales de trabajo, a muchos que se dicen defensores de los derechos humanos y a la llamada sociedad civil.
Ante la inmisericorde explotación de que son objeto los jornaleros en el campo, los míseros salarios que devengan y, sobre todo, no tener tierra para trabajarla, no les queda otra salida que emigrar a la ciudad y buscar en qué y en donde trabajar. Es tal la necesidad que se conforman con lo que logran conseguir. Este es el caso de Ronaldo.
Los riesgos a que pudiera estar expuesto y lo que se le fuera a pagar puede que no estuviera entre sus cálculos y no se hubiera dado cuenta que su salario estaba muy por debajo del mínimo a que tenía derecho y que apenas si le alcanzaría para cubrir la mitad del costo de la canasta básica, a precios de mayo. La constructora de la zona 13, habría de terminar con su vida y la de sus cuatro compañeros de trabajo.
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