miércoles, 19 de agosto de 2009

A media semana

Su apego a la vida fue ejemplar;
su fortaleza, impresionante


No me ha sido fácil encontrar el título para esta columna. Quisiera resumir y expresar el profundo pesar e inmenso dolor que se apodera de uno cuando alguien a quien se quiere, admira y respeta, fallece, y, máxime, tratándose de un amigo entrañable, un compañero de ideales, un hermano de los que el corazón selecciona para que sea de esos amigos y compañeros de siempre.

Las casas de los amigos y las de los compañeros tienen una especial calidez por quienes en ellas viven y por cómo reciben a los que les visitan. Cuando yo me siento bien en la casa de un amigo o en la de un compañero (que en muchos casos viene a ser lo mismo) y me ofrecen de comer o de beber suelo decir que lo que se come y lo que se bebe se siente más sabroso por quien lo ofrece y la compañía en que se está.

Pues de la misma manera, cuando en una de esas casas alguien fallece su vacío se siente y aunque parezca una frase hecha, no está demás decir que su vacío está allí y es imposible que pueda llenarse. Hay vacíos que estarán por siempre y para siempre, vacíos.

Hace ocho días, en horas de la tarde, Ana María y yo fuimos a la casa de Chaly Morales y de su esposa, Thelmita. Chaly estaba muy enfermo. Su estado de salud se agravó en los últimos meses e hizo crisis en las semanas más recientes.

El miércoles que le visitamos (como lo hacíamos cada mes) estuvimos en su casa como media hora. Lo encontramos dormido; estaba tranquilo. A las siete y cuarto de la noche me llamó Carlos Guillermo por teléfono para decirme que Chaly había fallecido a las cinco y cuarto de la tarde, treinta minutos después que, dormido y tranquilo como estaba, nos despedimos de él. No estoy todavía de ánimo para describir lo que sentí cuando recibí esa llamada y no creo que pueda hacerlo después. Tampoco sé cómo se lo pude decir a Ana María y cómo se lo dije.

La enfermedad de Chaly era irreversible. Lo sabía él, lo sabían sus médicos que lo atendieron con tanto cuidado y diligencia. Lo sabía Thelmita, su hija y su hijo, sus hermanas, su suegra, sus cuñados y cuñadas, sus sobrinas y sobrinos. Lo sabía Carlos Guillermo y Lilian, y lo sabíamos Ana María y yo como sabíamos también que en las condiciones tan adversas en que Chaly se encontraba se aferraba a la vida en forma impresionante y sabiendo que cada día que amanecía y terminaba era para él una jornada más ganada a la lucha por vivir y continuar estando al lado de los suyos y sentir la compañía de quienes le seguiremos queriendo y teniéndolo siempre presente como dijo uno de sus sobrinos durante su sepelio.

De quien fallece se pueden decir muchas cosas, exaltar sus cualidades y méritos, pasar revista a lo que se hizo y a lo que se dejó de hacer. Cuando Chaly estaba entre nosotros le hablé de lo que él representaba para Ana María y para mí. Lo escribí en esta columna más de una vez. Era lo menos que podía expresarle a quien desde que lo conocí (de eso hace ya más de 50 años) entendí lo que se es capaz de hacer en las buenas y en las malas, y la grandeza, significado y valor de la consecuencia y lealtad.

A ocho días de su fallecimiento sólo alcanzo a expresar, con palabras de César Vallejo, que “Hay golpes en la vida, tan fuertes… / …como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma. / Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. / Serán talvez los potros de bárbaros atilas; / o los heraldos negros que nos manda la Muerte. / Son las caídas hondas de los Cristos del alma, / de alguna fe adorable que el Destino blasfema. / Esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la puerta del horno se nos quema / …Yo no sé!”.

Lo que es muy cierto y así lo valoro es que Chaly Morales no sólo fue capaz de mantener tanta fortaleza ante la adversidad sino, además, aferrarse a la vida con tenacidad. Así fue y seguirá siendo el amigo entrañable, el compañero de siempre, el hermano de toda la vida.

A Thelmita Ramos de Morales, su esposa; a Ana Karina, su hija; a Carlos Gilberto, su hijo, así como a su demás familia, Ana María y yo les pedimos que nos permitan compartir su duelo y pesar, y acepten nuestras fraternas y solidarias muestras de condolencia.

Descanse en paz Carlos Augusto Morales López, nuestro inolvidable y tan querido Chaly Morales.

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