lunes, 25 de mayo de 2009

2008: año de la recesión

La crisis, ¿a quién favorece
y a quién perjudica?



La crisis actual en el país es una manifestación concreta del sistema imperante. De ahí que lo que procedería preguntarse es a quién o a quiénes beneficia y quién o quiénes son los perjudicados. Previamente a intentar aproximarse a una respuesta, es oportuno precisar que cuando me refiero al sistema estoy hablando de un todo y no de uno o más de uno de sus componentes. Se trata, además, del sistema que impera en un país o en un conjunto de países con sus características y particularidades derivadas de realidades y condiciones específicas.

A contrapelo de lo que opinan los ideólogos de la “izquierda modernizante”, en la actualidad siguen existiendo dos sistemas diametralmente opuestos por su naturaleza y carácter, sus realizaciones, estado actual, desarrollo, desenvolvimiento, perspectivas y, sobre todo, por sus objetivos. Como será fácil advertir, me estoy refiriendo al sistema capitalista y su estado y condiciones en cada país, región o continente, y al sistema socialista, igualmente con sus características y estado en cada país, región o continente.

En tales condiciones, resulta un contrasentido, por no decir una aberración, negar la existencia de las clases sociales y su lucha en lo nacional e internacional.

De una parte, está la oligarquía que viene a ser lo que en el pasado se le conoció como la burguesía y cuya caracterización corresponde a su naturaleza, estructura y composición actual, y porque expresa y está fusionada con los intereses de clase del imperialismo en su fase de globalización neoliberal.

De otra parte, está la clase obrera, el campesinado y demás capas trabajadoras de la población que, independientemente de su estado, situación, condiciones, organización, movilización, lucha y unidad, expresan y encarnan los intereses de los pueblos y naciones oprimidas y explotadas, discriminadas y excluidas, y sojuzgadas por la dominación y explotación oligárquica e imperialista.

En una sociedad determinada, el sistema imperante es la base y eje en torno a lo que gira todo lo demás. Del lado del sistema capitalista, en la fase actual de la dominación y explotación imperialista, su estado actual y condiciones muy concretas, así como hay países altamente desarrollados, hay países en desarrollo y países subdesarrollados.

Para el caso de Guatemala, se está en presencia de un país subdesarrollado. El sistema imperante corresponde, en consecuencia, al de un país atrasado, dependiente y neocolonizado; está en correspondencia, además, con los intereses de clase de la élite oligárquica dominante. Su institucionalización se concreta en un Estado que corresponde al carácter y naturaleza del sistema en que se asienta. Resulta siendo, entonces, un Estado de un país con un sistema atrasado, dependiente, neocolonizado y, además, en una ya muy prolongada crisis de agotamiento y caducidad.

De resultas de lo anterior, es fácil encontrar el entrelazamiento que se da entre un sistema en crisis y el Estado en que se institucionaliza. De ahí que en tanto no se produzcan cambios de fondo en el sistema, es imposible que el Estado cambie y, a la inversa; es decir, que por los cambios que se puedan dar en lo institucional, el sistema vaya a cambiar.

En consecuencia, para transformar la realidad no se trata de resolver lo que son los efectos del sistema y, menos, cada uno por separado. La ingobernabilidad, la corrupción, el nepotismo, el tráfico de influencias, el contrabando, la inseguridad ciudadana, el atraso, el hambre, la pobreza, el régimen de tenencia, propiedad y explotación de la tierra, los bajos salarios, el desempleo, los altos precios de los alimentos y la inflación galopante, son sólo algunos de las entrelazadas manifestaciones del sistema.

Otras manifestaciones de la crisis general del sistema en lo institucional, político, económico y social, se expresan, además, en los tres Poderes del Estado, sus instituciones, autoridades y funcionarios; el poder político y los partidos; la economía y las finanzas, las relaciones de producción y trabajo, la discriminación, el racismo y la exclusión social.

De esa cuenta, en una coyuntura como en la que se está, resulta peligroso e irresponsable dejarse llevar por la finta de que por lo que hay que empezar es por una depuración institucional. Ello significa prestarse al juego del poder oligárquico y caer en la trampa de la élite dominante que resulta de nuevo siendo la principal y más interesada en recomponer a su manera el poder político e institucional para así poder mantener intacto el sistema. No es difícil encontrar las similitudes y diferencias con los días previos al 25 de mayo de 1993 y su desenlace continuista.

Es ésta la cruda y desesperante realidad que sólo se va a cambiar si radicalmente se cambia el sistema.

De ello, además de estar conscientes, hay que trabajar para organizar, movilizar y unir a las fuerzas y sectores sociales y populares del país, al calor de la lucha por las transformaciones de fondo que Guatemala necesita.


Diario La Hora, Guatemala,
27 de agosto de 2008,
RRR \ cgs

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