lunes, 9 de marzo de 2009

La belleza de la vida

Podría parecer un contrasentido y, quién sabe si no, un despropósito que en las actuales condiciones y por la situación en que se está, haya decidido titular la presente columna como lo hago. No es así y no es así porque tengo en cuenta que, aún en las más difíciles de las circunstancias, la belleza de la vida es que continúa y porque es bella y continúa hay que saber vivirla. En una película estadounidense y en una italiana, así se plantea. La estadounidense, se titula Recuerdos de la infancia y la italiana, La vida es bella.

La estadounidense se desarrolla en un día de verano, el sábado 13 de agosto de 1932, en plena depresión y en un vecindario de familias italianas llegadas a Filadelfia. La situación es de lo más apremiante y, aún así, el abuelo que está al borde de la muerte le dice a Genaro, su nieto, que lo bello de la vida es que continúa. El abuelo muere y para Genaro la vida continúa.

En la película italiana, con la llegada de la guerra a un pequeño pueblo de la Toscana italiana, Guido, Dora y Giousé son confinados en un campo de concentración nazi. Guido, el padre de Giousé, se las ingenia y hace hasta lo imposible para que su hijo --un niño de no más de cinco años-- crea y se imagine que la terrible situación que están sufriendo es tan solo un juego y que, pese a todo, la vida es bella y vale la pena vivirla. A Guido lo matan en el campo de concentración. Giousé y su mamá, Dora, siguen viviendo.

No ignoro ni desconozco que lo que para unos es bello para otros no lo es así como que para unos la felicidad no es lo que para otros es ser feliz. Más no es esto lo que me propongo dilucidar. Lo que me parece y asumo es que sólo aquél que tiene claro el sentido y razón de ser y de la vida, de lo bello y la felicidad, es capaz de enfrentar y superar las más duras y difíciles pruebas y que no hay golpe por demoledor y grosero que sea que lo abata, derrumbe y derrote.

La derrota y el abatimiento, tanto como el pesimismo y la indiferencia, caracterizan a los pusilánimes, a los faltos de carácter y audacia, entereza y firmeza, a los que no tienen ideales y sueños, recuerdos y añoranzas, creatividad y horizonte.

Por cierto Ana María me recordaba ayer que don Enrique Muñoz Meany decía que cuando el mar está en calma su belleza es enorme y cuando sobreviene la tempestad, su belleza es de lo más sublime.

Cuando se me ha invitado a exponer mis ideas y experiencias en la lucha por la paz, hay ocasiones y lugares en que me he referido a la importancia que para mí tuvo --y sigue teniendo--, en esos momentos de difíciles y duras pruebas como en tiempos de “relativa calma”, hacer uso de mi libertad y vocación de leer, meditar, retomar y adentrarme cada vez más en lo que se relata en los Hechos y lo que se dice en las Cartas de los Apóstoles.

Que a nadie extrañe, entonces, que en un día como hoy traiga a cuenta lo que escribe el Apóstol Pablo en su Segunda Carta a los Corintios. Dice el Apóstol, se puede estar atribulado, más no angustiado; en apuros, más no desesperado (4:8); perseguido, más no desamparado; lleno de problemas, más nunca sin salida (4:9). Dice también que el que siembra mucho, cosecha mucho (9:6), y que la igualdad se da cuando no le sobra nada al que recogió mucho, ni le falta nada al que recogió poco (8:15).

No dejo de pensar también en lo que dice el Apóstol bueno, el de las causas difíciles, San Judas Tadeo, en la única Carta que de él se conoce. Refiriéndose a los malvados apunta que son los que toman la bondad como pretexto (4), hablan mal de las cosas que no conocen (10), sólo se cuidan de sí mismos. Son nubes sin agua llevadas por el viento, árboles que no dan fruto a su tiempo (12); de todo se quejan, todo lo critican, hablan con jactancia y adulan a los demás para aprovecharse de ellos (16).

Dicho en palabras que tengo registradas en mi libreta de notas. Para mí, son de los que su codicia y mezquindad, los delata, y su egoísmo y voracidad, los envanece. Son a los que Jesús sacó a latigazos del templo. Están, además, los que en medio de la batalla abjuran de su causa, bajan los brazos y la cabeza, no llegaron a tener el coraje y entereza de seguir e ir hacia adelante. Son los derrotados por la adversidad y el desconcierto. Con toda razón mi papá solía decirme que quien quiera vivir a plenitud y luchar con firmeza y decisión ha de tener en cuenta que el pasado enseña; el presente, obliga y el futuro, compromete.

Y es así y no de otra manera como --con todo respeto-- me permito saludar en esta Nochebuena y Navidad a quienes lean mi columna de hoy. A mi familia y a mis compañeros y amigos los abrazo y puedo decirles que lo bello de la vida es que continúa y que para cambiarla para bien hay que luchar sin descanso, con firmeza y decisión, tal como me lo inculcó el abuelo de mis hijos.

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