Carlos Morales
Según me platicó Ricardo, tras la firma de la paz fue a la Municipalidad a renovar su Cédula de Vecindad. El dependiente que le atendió se portó muy amable e incluso le llevó el libro en el que estaba asentado su expediente.
—No está su foto, mire don Ricardo —le dijo el hombre y le mostró el lugar en donde debió estar el retrato de él cuando tenía 18 años.
Luego que me refirió esto le conté a Ricardo que en 1983, a eso de las ocho de la noche, un grupo armado llegó a mi clínica y me secuestró. Me tuvieron encerrado durante ocho días en algún oscuro separo clandestino.
Durante el tiempo que duró mi cautiverio me hicieron muchas preguntas sobre asuntos que yo no conocía.
—Vea detenidamente estas fotografías —me dijo uno de mis secuestradores en uno de los continuos interrogatorios y me acercó una serie de fotos.
—No conozco a nadie. No sé quienes son —le dije mientras iba pasando las imágenes una por una. Sin embargo, para mí fue una gran sorpresa cuando entre mis dedos apareció un retrato que yo no había visto nunca pero que me permitió ver a un joven en el que reconocí la mirada de mi viejo amigo: era Ricardo. Me preguntaron si lo conocía, que en dónde estaba. A pesar de sus esfuerzos, no obtuvieron respuesta. La fotografía, sin duda, era aquella de la primera Cédula de Ricardo, la que sólo vi una vez, la que sigue extraviada y no aparecerá nunca.
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