jueves, 22 de enero de 2009

Encuentros

Eulogio Rodríguez Millares

En la Conferencia Tricontinental que se realizó en La Habana hacia mediados de los años 60 yo participé como miembro de la delegación cubana.

Una noche, después de una serie de reuniones que se habían prolongado por horas, tuve un encuentro con Luis Augusto Turcios Lima, uno de los legendarios héroes de la lucha revolucionaria en América Latina.

Antes de hablar sobre los temas que nos interesaban a ambos, le comenté a Turcios Lima que yo conocía a un muchacho guatemalteco que trabajaba en la Federación Mundial de la Juventud Democrática en Budapest, Hungría.

—¿De quién se trata? —me preguntó sin dejar de verme a los ojos.

—Se llama Ricardo Rosales y es miembro del Partido Guatemalteco del Trabajo —le respondí.

—Así que conocés al Chucho Rosales —me dijo Turcios Lima asumiendo una actitud fraternal que nos acompañó hasta la madrugada.

—Sí, chico, si somos como hermanos —le respondí entusiasmado.

Fue entonces cuando Turcios Lima empezó a hablarme de Ricardo, quien entonces tendría poco más de 30 años. Entusiasmado, hizo referencia al trabajo que el Chucho había desarrollado cuando era líder estudiantil y, bajando un poco la voz, me hizo referencia a los encuentros clandestinos que ambos sostuvieron en Guatemala.

A partir de lo que Turcios Lima me decía pude imaginarlos haciendo un contacto en las calles de la ciudad, encontrándose en una casa a la que cada uno había llegado después de estar seguro que nadie lo seguía, conversando en un carro que tenía una ruta preestablecida...

Mientras yo pensaba en aquello, Turcios me hizo referencia a la forma en la cual Ricardo expresaba sus puntos de vista y la convicción con la que los defendía. En esa conversación me di cuenta que el comandante guerrillero no sólo conocía a Ricardo sino que también lo respetaba y admiraba.

Aquella visión de Turcios Lima me ayudó para ir conociendo mejor a Rosales pues entendí que él no hacía alarde de las personas a las que trataba ni se jactaba o aprovechaba de esas relaciones. Prefería la modestia y el trabajo.

Turcios Lima y muchos otros valiosísimos revolucionarios guatemaltecos murieron mientras intentaban construir sus sueños. Sin saberlo, sin proponérselo, Ricardo se convirtió en uno de los dirigentes revolucionarios latinoamericanos que más años estuvo en la clandestinidad. Lo hizo sin corromperse ni renunciar a la lucha, sin entregar el arma al ganar la legalidad, sin dejar de ser comunista al ocupar un escaño en el Congreso, sin dejar de emplear su capacidad de análisis para esclarecer posiciones en el terreno teórico. Lo hizo en fin, sin claudicar.

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