jueves, 22 de enero de 2009

Detalles

Ana María Arroyo Quan

Había sol aquella tarde en la que Ricardo y yo caminábamos por primera vez tomados de la mano. Íbamos con unos amigos a la feria del Cerrito del Carmen.

—Vamos a ver a la Mujer Araña —sugirió de pronto alguien. Como estábamos todavía lejos del localito en el que se daba la función le dije a Ricardo que si nos apurábamos podríamos llegar antes que los demás y ganarles.

—¿Por qué? —me dijo. En ese momento me surgieron, y todavía hoy me surgen, muchas reflexiones en torno a esta pregunta que él me hizo. ¿Qué ganábamos? ¿De qué servía separarnos de los demás? ¿Qué era más importante en ese momento que estar juntos?

Desde aquel momento, detalles como ése me fueron mostrando al hombre que se había acercado a mí poco a poco y como en oleadas. Además, intuí que se trataba de alguien con muchas facetas y que éstas las tendría que ir conociendo sin apresuramientos y con paciencia.

Después, en Semana Santa, nos pusimos de acuerdo para ir a ver el paso de las procesiones. Conociendo yo algo de sus ideas políticas, me desconcertó cuando me di cuenta que él sabía los itinerarios y conocía cuáles eran las imágenes que eran llevadas en andas, pero también sabía de qué iglesias provenían y hasta su historia. Además, me impresionó la forma como él describía las imágenes que más lo impactaban.

En esos días leímos juntos El que debe morir, novela del escritor griego Nikos Kasanzakis. Escuché sus conmovedores comentarios y me sorprendió su conocimiento de la Biblia y cómo le encontraba sentido a cada uno de los pasajes para transportarlos a la realidad cotidiana, la de todos los días.

—Rosel y Arellano es una cosa, pero la iglesia puede ser otra —me dijo por aquellos días mientras caminábamos por la zona uno recorriendo las calles sin medir el paso del tiempo. Me gustaba ver las vitrinas y los adornos en los almacenes. Él se fijaba en los pequeños detalles.

—¿Ya vio el primor con el que los chicleros de las esquinas arreglan sus mercancías? —me preguntó una vez mientras la tarde caía y el naranja del cielo daba lugar a un rojo intenso que todavía veo cuando cierro los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario