De lecturas y relecturas
para el año entrante
En esta Guatemala nuestra, el cierre de una librería
podría significar que algo anda mal o que la situación tienda a empeorar. Es
esta la impresión que me causó cuando al ir por la 12 calle, entre décima y
once avenidas, al costado del Instituto de Señoritas Belén, me di cuenta que la
librería Artemis Edinter, a la que con más frecuencia estuve yendo este año, no
estaba abierta. Pasé dos veces más y como las persianas de metal seguían
cerradas supuse que hubiera sido trasladada a otro lugar o que ya no la
abrirían. Tal parece que esto es lo que ha sucedido.
Un indicador alentador del avance y progreso de un
país es que las ventas de libros se incrementaran, que estadísticamente sea cada
vez más el número de lectores, y que año con año se abran más librerías y no se
cierre ninguna.
Aunque ya no sea el lector como lo fui antes, lo que
leo o releo me es de lo más útil. Es una ocupación a la que le dedico parte de
mi tiempo y lo hago con entusiasmo y vocación de quien trata de encontrar o
reencontrarse con las respuestas a interrogantes que como un desafío plantea el
quehacer diario.
En lo personal no soy de los que empiezo a leer un
libro el mismo día o al día siguiente que lo compré o que alguien, gentilmente,
me lo haya obsequiado. Los conservo a buen resguardo, a la espera que llegue el
momento de empezar a leerlos.
Para el año entrante espero poder leer, entre otros, Portillo, La democracia en el espejo, de
Byron Barrera Ortiz; Sopa de Caracol,
de Arturo Arias; Alejandro Magno, de
Mary Renault; Juan Tres Dieciséis, de
Hilario Peña; y, El capitalismo en el
siglo XXI, de Thomas Piketty. Me propongo terminar de leer Pisando los talones, de Henning Mankell.
En cuanto a los que es mi propósito de leer por
segunda o tercera vez, están Los
miserables, de Víctor Hugo, en la versión de la Editorial Porrúa de 1996, a
dos columnas; La vida de Jesús, de
Reman; El Complot Mongol, de Rafael
Bernal; La casa de los trece gatos,
de Vicente Antonio Vásquez Bonilla; y, El
secuestro, de Robert Crais.
A pesar de la cada vez más difícil y agravada
situación por la que está atravesando la mayoría de la población en nuestro
país, el fin de año lo concluyo con la satisfacción de haber leído 43 Poemas de Julio Fausto Aguilera cuyos
versos son ese vigoroso llamado a la lealtad, la consecuencia y la rectitud escrito
por quien ha sido así toda la vida. Y qué decir, de lo grato que resulta
sentirse sumergido en la inmensa dimensión literaria que logra Humberto Ak’abal
en su impresionante poemario De puro
pueblo.
Siento la satisfacción, además, de haber concluido --la
mañana de ayer-- la excepcional novela de Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer, en la que
con nitidez y fluidez literaria inimitable relata lo que denomina como la
“época especial” de la historia no olvidada de Colombia y cuyos personajes
cuando conversan o se refieren a algo o a alguien, puede llegarse a escuchar de
lo que platican o relatan y que el lector alcance a disfrutar del entorno en
que sucede lo que se describe y sucede, como si estuviera allí.
Y si es así como se puede terminar un año más, para
Ana María y para mí, mañana es un día particularmente especial. Espartaco,
nuestro segundo hijo, estará cumpliendo un año más de vida y fructíferas
realizaciones. Lo que Pedro, su hermano mayor, y nosotros, su mamá y su papá,
le deseamos es que al lado de Lupita, su compañera, y de José Miguel, su hijo, lo
que tenga propuesto para el año entrante lo logre alcanzar, exitosamente.
Para nuestro país, 2015 va a ser un año difícil. En
tales condiciones, lo que procede es persistir en la urgencia de la
constitución de la alternativa social y popular de poder que unitariamente
viabilice los cambios de fondo que el país necesita.
Es el desafío que nos plantea el año que mañana
comienza.
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