miércoles, 31 de diciembre de 2014

A media semana



De lecturas y relecturas
para el año entrante


En esta Guatemala nuestra, el cierre de una librería podría significar que algo anda mal o que la situación tienda a empeorar. Es esta la impresión que me causó cuando al ir por la 12 calle, entre décima y once avenidas, al costado del Instituto de Señoritas Belén, me di cuenta que la librería Artemis Edinter, a la que con más frecuencia estuve yendo este año, no estaba abierta. Pasé dos veces más y como las persianas de metal seguían cerradas supuse que hubiera sido trasladada a otro lugar o que ya no la abrirían. Tal parece que esto es lo que ha sucedido.

Un indicador alentador del avance y progreso de un país es que las ventas de libros se incrementaran, que estadísticamente sea cada vez más el número de lectores, y que año con año se abran más librerías y no se cierre ninguna.

Aunque ya no sea el lector como lo fui antes, lo que leo o releo me es de lo más útil. Es una ocupación a la que le dedico parte de mi tiempo y lo hago con entusiasmo y vocación de quien trata de encontrar o reencontrarse con las respuestas a interrogantes que como un desafío plantea el quehacer diario.

En lo personal no soy de los que empiezo a leer un libro el mismo día o al día siguiente que lo compré o que alguien, gentilmente, me lo haya obsequiado. Los conservo a buen resguardo, a la espera que llegue el momento de empezar a leerlos.

Para el año entrante espero poder leer, entre otros, Portillo, La democracia en el espejo, de Byron Barrera Ortiz; Sopa de Caracol, de Arturo Arias; Alejandro Magno, de Mary Renault; Juan Tres Dieciséis, de Hilario Peña; y, El capitalismo en el siglo XXI, de Thomas Piketty. Me propongo terminar de leer Pisando los talones, de Henning Mankell.

En cuanto a los que es mi propósito de leer por segunda o tercera vez, están Los miserables, de Víctor Hugo, en la versión de la Editorial Porrúa de 1996, a dos columnas; La vida de Jesús, de Reman; El Complot Mongol, de Rafael Bernal; La casa de los trece gatos, de Vicente Antonio Vásquez Bonilla; y, El secuestro, de Robert Crais.

A pesar de la cada vez más difícil y agravada situación por la que está atravesando la mayoría de la población en nuestro país, el fin de año lo concluyo con la satisfacción de haber leído 43 Poemas de Julio Fausto Aguilera cuyos versos son ese vigoroso llamado a la lealtad, la consecuencia y la rectitud escrito por quien ha sido así toda la vida. Y qué decir, de lo grato que resulta sentirse sumergido en la inmensa dimensión literaria que logra Humberto Ak’abal en su impresionante poemario De puro pueblo.

Siento la satisfacción, además, de haber concluido --la mañana de ayer-- la excepcional novela de Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer, en la que con nitidez y fluidez literaria inimitable relata lo que denomina como la “época especial” de la historia no olvidada de Colombia y cuyos personajes cuando conversan o se refieren a algo o a alguien, puede llegarse a escuchar de lo que platican o relatan y que el lector alcance a disfrutar del entorno en que sucede lo que se describe y sucede, como si estuviera allí.

Y si es así como se puede terminar un año más, para Ana María y para mí, mañana es un día particularmente especial. Espartaco, nuestro segundo hijo, estará cumpliendo un año más de vida y fructíferas realizaciones. Lo que Pedro, su hermano mayor, y nosotros, su mamá y su papá, le deseamos es que al lado de Lupita, su compañera, y de José Miguel, su hijo, lo que tenga propuesto para el año entrante lo logre alcanzar, exitosamente.

Para nuestro país, 2015 va a ser un año difícil. En tales condiciones, lo que procede es persistir en la urgencia de la constitución de la alternativa social y popular de poder que unitariamente viabilice los cambios de fondo que el país necesita.

Es el desafío que nos plantea el año que mañana comienza.

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