La chispa que encendió
la pradera
A finales de 1943 era difícil que alguien se pudiera
imaginar que el dictador Jorge Ubico dejara de gobernar (14 de febrero de 1931
‒ 1 de julio de 1944) y, peor aún, que se atreviera a decirlo o comentarlo con
sus amigos. Las paredes tienen oídos,
se decía a hurtadillas. Y, en efecto, era así. En una tertulia de más de dos,
había que sospechar que el tercero fuera oreja
al servicio de la dictadura.
Orwell no había escrito su
ahora nuevamente famoso 1984, y qué
lejos estaría de imaginarse que en un país centroamericano un tirano de botas
de charol, guerrera de gala e insignias relucientes, quepi con galones de
General, vigilaba lo que pasaba en el más recóndito lugar del país, estuviera
en todas partes y al tanto de lo que le informaran
que había sucedido y dicho el día anterior. Esto, tal vez, haya quien
piense que se trata de una exageración. No. Así fue como se gobernó durante 13
años, cuatro meses y 16 días de tiranía militar y feudal del entonces partido
gobernante, el Liberal Progresista.
Durante algún tiempo me
pregunté cómo fue posible que un tirano del talante de Ubico renunciara a su
cargo después de haberlo detentado durante tanto tiempo (en una primera
oportunidad fue “electo” y en dos sucesivas, “reelecto”). La tercera
reelección, se le frustró. Me preguntaba, además, en qué situación y
condiciones pudo suceder aquello y cuál podría haber sido la chispa que
encendió la pradera y terminó poniéndole fin a una gestión que ‒aún ahora‒,
haya quienes añoran y desearían que
algo parecido pudiera repetirse en nuestro país.
En cuanto a la chispa que
encendió la pradera, todo indica ‒espero no estar equivocado‒ que fue su
inopinado propósito de reelegirse por tercera vez para un mandato que habría de
terminar el 15 de marzo de 1949. Según se sabe, algunos de sus colaboradores y
amigos, incluyendo a su médico de cabecera, consideraban imprudente su
propósito de reelegirse una vez más a sabiendas que la situación y condiciones
ya no eran propicias ni favorables.
El dictador sintió que “la
silla presidencial se le empezaba a mover”. Al enterarse del Memorial de los
311 solicitándole que se restablecieran las garantías constitucionales
suspendidas en junio de 1944, se principió a tambalear. La manifestación del
magisterio, los estudiantes y obreros del 25 de junio de 1944, marca el punto
más alto del descontento social y popular en la capital, es violentamente
reprimida y asesinada la maestra María Chichilla. La del día siguiente, es una
demostración de generalizada y masiva indignación. La demanda que se expande y
desespera al dictador, es la petición de su renuncia.
En una situación así y, en
esas condiciones, el tirano se ve obligado a dimitir y, el 1 de julio de 1944,
“confía”, los asuntos de Estado a un triunvirato ubiquista compuesto por los Generales Federico Ponce Vaides,
Buenaventura Pineda y Eduardo Villagrán Ariza.
Reelegirse, prolongar el
período presidencial o tratar de perpetuarse en el poder termina ‒al fin de
cuentas‒, con el derrocamiento hasta del más aparentemente insustituible
gobernante o con ínfulas de serlo. Le sucedió a Carrera (1848), le costó la
vida a Reyna Barrios (1898), el cargo a Estrada Cabrera (1920) y, hace 70 años,
a Jorge Ubico Castañeda.
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