Aquel aciago domingo
de 1954
Mi inquietud por participar en política se patentizó
cuando cursaba el segundo año de bachillerato en el Instituto Nacional Central
para Varones (INCV). Corría el año de 1949. Otros compañeros estaban ya
comprometidos. Fue ‒gracias a ellos‒ que, dos años después, tuve claro y tomé
conciencia que nuestro país estaba a las puertas de una etapa de profundización
de lo conseguido durante el gobierno del Presidente Juan José Arévalo
(1945‒1951).
La campaña electoral y el
programa del entonces candidato presidencial, coronel Jacobo Árbenz Guzmán, su
contundente victoria electoral y el discurso de toma de posesión del 15 de
marzo de 1951, me confirmó que no había razón para permanecer al margen de lo
que acontecía en el país. En 1953, a cinco estudiantes del INCV, el Partido
Guatemalteco del Trabajo (PGT), nos aceptó la solicitud de ingreso. En
diciembre, el camarada Bernardo Alvarado Monzón, en el comité de base Tecún
Umán, nos entregó el carnet de militantes.
A 60 años de la renuncia del
Presidente Arbenz, viene a mi memoria algo de lo que me correspondió cumplir a
partir de que se supo que estaba en marcha la invasión mercenaria a nuestro
país.
Como integrante de Alianza
de la Juventud Democrática (AJD) y del Frente Universitario Democrático (FUD),
formé parte de las Brigadas Juveniles de Defensa de la Revolución. Se nos dio
“entrenamiento y preparación militar” en la Base de La Aurora.
Quienes recibimos aquél
“entrenamiento”, sólo disponíamos de un fusil. El alumno de la Politécnica a
quien sus superiores le encargaron la “tarea”, nos dijo que sería así como nos
familiarizaríamos con las armas, su conocimiento y manejo. Los ejercicios no
pasaban de ser ensayos de disparos simulados de pié o rodilla en tierra y,
pecho en tierra y fusil en mano, arrastrarnos entre inexistentes alambradas de
púas. Cuando la alarma anunciaba un posible “bombardeo”, nos teníamos que proteger
al borde del barranco a riesgo de caer en las aguas negras que corrían al
fondo. No se nos adiestró en ningún tipo de maniobras ni operaciones de ataque
y defensa.
El 27, sorpresivamente, se
nos desmovilizó. La traición de un puñado de militares a la Revolución y al
Presidente, estaba consumada. En la noche, el Coronel Arbenz renunció.
A las 21 horas de aquél
domingo, me avoqué a la sede de mi comité de base. Su primer secretario me dio
las primeras indicaciones de seguridad, convenimos los contactos con dos
miembros del comité, la reorganización de nuestra militancia y la distribución
de tareas.
Quien se incorpora a la
política, legitima el compromiso adquirido por su lealtad y consecuencia en
momentos de auge y ascenso de la lucha como en momentos de reflujo y descenso,
adversidad y reveses, incertidumbre y desconcierto. Cualquier forma de
acomodamiento político o ideológico, pervierte, corrompe y, más aún, si se
reniega de lo hecho o dicho. Es lo que jamás habría escuchado de camaradas de
la talla de Bernardo Alvarado Monzón,
Huberto Alvarado, Víctor Manuel Gutiérrez, Hugo Barrios Klee o comandantes
históricos como Luis Augusto Turcios Lima y Rolando Morán.
Hoy, en el Día del Maestro,
tengo presente, además, que otro domingo, el 25 de junio de 1944, fue asesinada
por la policía ubiquista la maestra María Chinchilla.