Lo que George Orwell
no pudo imaginar en 1984
Del 22 de mayo al 15 de junio, Ana María y yo estuvimos
en México. En esos días ocurrieron en nuestro país varios hechos a los que hay
que dar seguimiento, sistematizar y analizar. En lo internacional, entre otros,
ocurrió un acontecimiento del que me ocupo el día de hoy y sobre lo que aquí,
en el país, hay mucho que no se ha publicado o no se le da importancia. Habría
que preguntarse por qué.
El ciudadano de Estados Unidos, Edward Snowden, que
laboraba para la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA), reveló
el sistema de espionaje electrónico mediante el que la Casa Blanca espía,
vigila, controla y almacena correos electrónicos y llamadas telefónicas de
estadounidenses y de personas de otros países. También se sabe que espía,
vigila y controla a otros gobiernos, reuniones de gobernantes de otras naciones
y organismos internacionales.
A raíz de las revelaciones de Snowden, ahora se sabe
que, según lo publicado por David Brooks, recientemente, “el presidente Barack Obama
emitió hace dos años una orden que obliga a empleados federales a espiar a sus
colegas y reportar cualquier comportamiento sospechoso que pudiera representar
una amenaza interna a la seguridad nacional, y califica cualquier filtración no
autorizada de información oficial de acto que asiste al enemigo”.
Se trata del denominado Programa de
Amenaza Interna (Insider Threat Program, ITP) mediante el que se trata de
impedir “toda filtración de información del gobierno federal” y ordena a todos
los empleados federales “vigilar a sus colegas para detectar personas o
comportamientos de alto riesgo” y si no los reportan “quedan expuestos a ser
castigados”.
Entre los “comportamientos sospechosos o de alto riesgo” --según la
ordenanza presidencial--, podrían estar el estrés, divorcio, problemas
financieros, frustraciones o insatisfacciones de empleados y funcionarios, trabajar
“más allá de los horarios normales” o realizar viajes “fuera de lo común”. (LaJornada, México, 11 de julio de 2013).
Ya no resulta suficiente, entonces, con sólo vigilar, espiar, controlar o
vulnerar cada vez más la privacidad de sus propios ciudadanos y de personas de
otros países, sino que para salvaguardar la seguridad nacional y prevenir o
desbaratar cualquier amenaza terrorista --real o supuesta-- el gobierno
estadounidense ha montado y cuenta con un vasto dispositivo de vigilancia,
espionaje y control de su administración pública.
Esto que está ocurriendo en Estados Unidos, indigna: la privacidad ya no
existe. Cualquier ciudadano es sospechoso y sujeto del espionaje más
sofisticado a partir de la denuncia de un colega o un vecino. Confirma, además,
que la realidad supera a la ficción y que lo que George Orwell imaginó en su
ahora reactualizada novela 1984, se queda corto. Lo que sigue, también.
Según el diario El Universal de
México, los programas secretos de vigilancia de Estados Unidos están en “manos
privadas”. En 2012, el 98 por ciento de los 5 mil 900 millones de dólares “en
ingresos de la empresa Booz Allen Hamilton, provinieron de contratistas del
gobierno”. Son 500 mil los contratistas que ayudan a vigilar la seguridad
nacional. Del 1.4 millones de empleados del gobierno que tienen acceso a
información ultra secreta, 9 mil 375 tienen permisos ultra secretos (13 de
julio de 2013).
Es mucho más lo que se sabe del espionaje,
vigilancia y control de que echa mano el estado policíaco de Estados Unidos
para “garantizar” su seguridad nacional, al costo que sea.
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