miércoles, 3 de julio de 2013

A media semana

¿El principio del fin del

gobierno de Mursi?


En las calles y plazas de las principales ciudades de Turquía, Brasil y Egipto, han teniendo lugar importantes e históricas jornadas de lucha que, como lo decía en mi columna de la semana pasada, caracterizan al convulsionado mundo de hoy y corresponden al cambio de época de la que se empezó a hablar durante la última década del siglo recién pasado.

Lo que está aconteciendo en aquellos países se da en un escenario y condiciones que corresponden a sus propias características y situación y cuya posible solución es igualmente diferenciada. Si algo tienen en común es que movilizan a amplios sectores de la población resueltos y decididos a manifestar su inconformidad y descontento ante lo que sus gobernantes no están haciendo bien. Por ahora, me ocuparé de lo que está pasando en la República Árabe de Egipto.

En las principales ciudades de Egipto, las movilizaciones de este domingo, las del lunes y las de ayer, reunieron a una cantidad sin precedentes de manifestantes anti gubernamentales. A ello hay que agregar los 22 millones de firmas de egipcios que exigen la dimisión del presidente Mohamed Mursi, el ultimátum de los militares cuyo vencimiento está fijado para hoy miércoles, y la dimisión de seis de los ministros de su gabinete y los portavoces de la presidencia y el gobierno.

El hasta todavía hoy presidente egipcio fue electo democráticamente y ello le permitió a la Hermandad Musulmana tomar el poder. A un año de estar en el gobierno ni el presidente Mursi y las fuerzas que le apoyan, han podido responder a las demandas populares cuyo punto de partida arrancó en 2011 en El Cairo, en la ya histórica Plaza Tharir.

En el curso del año, la oposición al gobierno se ha extendido a todo lo largo y ancho del país. La razón es muy sencilla: a quienes se confió la dirección del país no han sido capaces de responder a lo que la población esperaba que se convirtiera en el real y verdadero comienzo de un cambio en la forma de gobernar, terminar con las prácticas despóticas del depuesto presidente Hosni Mubarak y empezar a resolver las necesidades y carencias de la población.

El presidente Mursi no parece haber logrado atender y resolver esas demandas, llevar adelante la democratización del país, constituirse en un gobierno de unidad nacional e impedir que en las filas castrenses persistieran y se reprodujeran posiciones propias del pasado y que consideran que corresponde a las fuerzas armadas “salvar al país”, trazar “un mapa de ruta para el futuro” y, si fuese necesario, suspender la Constitución, disolver el Parlamento e instalar un consejo interino. Tal es, en sustancia, el contenido y objetivo del ultimátum castrense.

Como en la sombra, el fantasma del ahora en prisión ex presidente Mubarak y quienes están detrás de él y le apoyan en Egipto y desde el exterior, no parecen estar dispuestos a dejar pasar la oportunidad de volver al pasado y, quién sabe si no, intentar retomar el poder. Es aquí en donde está el peligro principal que se cierne sobre Egipto, tanto como lo es un posible golpe de Estado militar.

Si en opinión de Robert Fisk, “la demanda de pan, libertad, justicia y dignidad de la revolución de 2011 ha quedado sin respuesta”, cabe preguntarse si no se está ya ante el momento que marca el principio del fin del gobierno del presidente Mursi.

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