¿El principio del fin del
gobierno de Mursi?
En
las calles y plazas de las principales ciudades de Turquía, Brasil y Egipto,
han teniendo lugar importantes e históricas jornadas de lucha que, como lo
decía en mi columna de la semana pasada, caracterizan al convulsionado mundo de
hoy y corresponden al cambio de época de la que se empezó a hablar durante la
última década del siglo recién pasado.
Lo que está aconteciendo en
aquellos países se da en un escenario y condiciones que corresponden a sus
propias características y situación y cuya posible solución es igualmente
diferenciada. Si algo tienen en común es que movilizan a amplios sectores de la
población resueltos y decididos a manifestar su inconformidad y descontento
ante lo que sus gobernantes no están haciendo bien. Por ahora, me ocuparé de lo
que está pasando en la República Árabe de Egipto.
En las principales ciudades
de Egipto, las movilizaciones de este domingo, las del lunes y las de ayer,
reunieron a una cantidad sin precedentes de manifestantes anti gubernamentales.
A ello hay que agregar los 22 millones de firmas de egipcios que exigen la
dimisión del presidente Mohamed Mursi, el ultimátum de los militares cuyo
vencimiento está fijado para hoy miércoles, y la dimisión de seis de los
ministros de su gabinete y los portavoces de la presidencia y el gobierno.
El hasta todavía hoy
presidente egipcio fue electo democráticamente y ello le permitió a la
Hermandad Musulmana tomar el poder. A un año de estar en el gobierno ni el
presidente Mursi y las fuerzas que le apoyan, han podido responder a las
demandas populares cuyo punto de partida arrancó en 2011 en El Cairo, en la ya
histórica Plaza Tharir.
En el curso del año, la
oposición al gobierno se ha extendido a todo lo largo y ancho del país. La
razón es muy sencilla: a quienes se confió la dirección del país no han sido
capaces de responder a lo que la población esperaba que se convirtiera en el
real y verdadero comienzo de un cambio en la forma de gobernar, terminar con
las prácticas despóticas del depuesto presidente Hosni Mubarak y empezar a
resolver las necesidades y carencias de la población.
El presidente Mursi no
parece haber logrado atender y resolver esas demandas, llevar adelante la
democratización del país, constituirse en un gobierno de unidad nacional e
impedir que en las filas castrenses persistieran y se reprodujeran posiciones
propias del pasado y que consideran que corresponde a las fuerzas armadas
“salvar al país”, trazar “un mapa de ruta para el futuro” y, si fuese
necesario, suspender la Constitución, disolver el Parlamento e instalar un
consejo interino. Tal es, en sustancia, el contenido y objetivo del ultimátum
castrense.
Como en la sombra, el
fantasma del ahora en prisión ex presidente Mubarak y quienes están detrás de
él y le apoyan en Egipto y desde el exterior, no parecen estar dispuestos a
dejar pasar la oportunidad de volver al pasado y, quién sabe si no, intentar
retomar el poder. Es aquí en donde está el peligro principal que se cierne
sobre Egipto, tanto como lo es un posible golpe de Estado militar.
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