Categorías puestas de moda, lenguaje
hablado, escrito y corporal
De un tiempo para acá, se ha tratado de desnaturalizar el carácter, esencia y contenido de importantes categorías económicas y sociales a través de eufemismos. Basta citar lo referente a las relaciones de producción y de trabajo, las clases sociales y la estructura y su superestructura.
El que se use o empleen caracterizaciones “nuevas” o de moda, y se introduzcan categorías acomodadas a la forma de ver el sistema y no como el sistema es, en nada cambia la realidad y, menos, que haya cambiado la naturaleza, carácter, esencia y contenido de lo que así se quiere identificar.
Las relaciones obrero-patronales siguen estando allí --tal como son y se dan en la realidad--, aunque ahora institucionalmente se hable de relaciones entre empleado y empleador, no por ello dejan de ser relaciones laborales en las que los medios de producción son propiedad de los patronos y que los obreros venden su mano de obra a quienes los explotan y oprimen. Lo mismo se da tratándose de las relaciones laborales entre el Estado y sus empleados y entre los empresarios y sus empleados.
Otro tanto igual sucede con la estructura y composición social en una sociedad determinada. Aunque se le trate de identificar de distinta manera, no deja de ser una estructura social dividida en clases y cuyos intereses corresponden al de quienes explotan y oprimen y al de quienes son explotados y oprimidos. La estructura y composición social en nada cambia aunque eso sea lo que se pretenda cuando se habla de tejido social, sociedad civil, segmentos o estamentos sociales
Algo parecido se da en lo que se refiere a lo estructural y su superestructura. La estructura está en la base de lo superestructural. A una estructura determinada corresponde una superestructura igualmente determinada. Lo jurídico e institucional es superestructural como lo es, también, el modo de ser de las personas, su comportamiento, costumbres, moral, creencias, religión, conducta y usos. El sistema político y de gobierno, el modelo económico y social y el entramado de relaciones jurídicas y normas de convivencia, corresponden a la estructura en que se asientan.
En otro orden de ideas, a fuerza de repetirlo hay términos con los que se trata de identificar aquello que en el pasado era aceptado y que en la actualidad es la forma como se acomoda a lo que se quiere decir. En su mayoría son términos que se traducen o toman prestado de otros idiomas. Ahora se habla, se escribe o utilizan términos como alternancia, gobernanza, cientista y falencias. Que así se diga, se escriba o utilice en nada altera ni cambia lo que en esencia equivale a alternabilidad, gobernabilidad, científico o científica y carencias.
En el lenguaje hablado se dan deformaciones que, al parecer, son muy propias de los guatemaltecos. Son parte de tanto atropello al lenguaje y que por ser términos tan mal utilizados y peor dichos comprometen a quien los dice e incomoda a quienes los escuchan.
Cuando la presidenta del Tribunal Supremo Electoral (TSE) habla en público no se extrañe ni le sorprenda que diga suidadanos y suidadanas o que tanto compatriota no se de cuenta de que hay que decir peor y no pior, millones y no miones, botellas y no boteas, ellas y no eas, ellos y no eos o que sea de lo más frecuente escuchar que se diga lo que es cuando se trata de precisar algo que no hay por qué precisarlo. Resulta innecesario y golpeante que se diga que el primer partido de la final de lo que es el torneo Apertura de futbol va a tener lugar mañana por la noche en el Estadio Mateo Flores. Ese lo que es, está demás.
El habla identifica tanto como compromete a quien incurre en ligerezas, descuidos y aberraciones. Las malas palabras pueden no ser estigmatizantes para quien las dice, pero sí insultantes para quien las escucha y según el tono con que se digan.
Quienes saben de estas cosas y de muchas otras más, me dicen que en el extranjero a los guatemaltecos se nos conoce por la forma como caminamos. Se dice que en apariencia somos ceremoniosos y cuando hablamos damos la impresión de que arrastramos las palabras como para parecer elocuentes.
En cuanto al lenguaje hablado, escrito y corporal de los politiqueros locales, es el peor de los retratos hablados del peor de los demagogos, mentirosos, inmorales e inescrupulosos politiqueros de otros países. Es la escuela en que los forman los expertos en imagen y en las que los instruyen para que sólo digan lo que saben de antemano que quiere escuchar su auditorio. Es la forma convencional de quedar siempre bien y no indisponer a nadie.
Para terminar, si quienes me leen se desean enterar y explicarse los excesos que están empezándose a dar antes del 14 de enero, sería bueno que conocieran lo que dice José Barnoya en su carta publicada en elPeriódico el 8 de este mes. Y en torno a lo que podríamos estar viendo entre cuatro años, lo encontrarán en la columna del señor Raúl de La Horra, publicada el 19 de noviembre en ese mismo matutino.
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