viernes, 23 de septiembre de 2011

Después del 11 de septiembre,
¿qué le espera a nuestro país?


No se necesita demasiada imaginación para darse cuenta de hasta dónde hemos llegado en lo económico y social y en lo institucional, político y gubernamental, como consecuencia de la mal llamada era democrática “institucionalizada” por constituyentes al servicio de Mejía Víctores --el gobernante militar de facto de entonces--, y a conveniencia e interés de la élite económica y patronal. Nuestro desafío, ahora, consiste en visualizar qué nos espera después del 11 de septiembre.

Hasta las votaciones de 2007, como por inercia y ante la imposibilidad de que hubiera una o más de una candidatura “aceptable”, la ciudadanía optó por la “menos peor”. Ésa es la tendencia predominante tanto en la primera como en la segunda vuelta. El candidato que ha resultado “electo” fue, siempre, el “menos peor”. Los costos, están a la vista: un Estado debilitado institucional y financieramente, ingobernabilidad, corrupción, impunidad, tráfico de influencias.

En las votaciones de este año, tampoco se puede hablar de candidaturas idóneas. Ninguna de ellas estaba calificada para gobernar ni era competente ni tenía condiciones y capacidad para ocupar la más alta magistratura del país. Palabras más, palabras menos, así se opinó en varios medios impresos.

El 36 por ciento de los ciudadanos que en la primera vuelta “favoreció” al general Otto Pérez Molina y el 23 por ciento que votaron a “favor” del binomio presidencial de Libertad Democrática Renovada (LIDER), encabezado por el empresario Manuel Baldizón, no alcanzaron a medir los alcances de la encrucijada a que se ha orillado al país.

Se entiende por encrucijada la “ocasión que se aprovecha para hacer daño”. Así lo define el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Encrucijada, según el Pequeño Larousse Ilustrado (PLI) equivale a un dilema y un dilema se da cuando se está ante “dos proposiciones tales que resulte confundido cualquiera que sea la suposición que escoja”.

Las votaciones del 11 de septiembre confirman lo engañoso, inservible, tendencioso, manipulador y manipulable que son las encuestas y los foros. Esto, es lo primero. Lo segundo, es el entredicho en que queda la autoridad e idoneidad de los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (TSE). Lo tercero --y más importante--, es que el sistema de votaciones y partidos se agotó, caducó, ya no da para más.

Tres días antes de los comicios decía que las votaciones del domingo serían un clavo más que los políticos y sus agrupamientos electoreros estarían poniéndole al féretro del sistema (Diario La Hora, 7 de septiembre de 2011). Ahora, hay que agregar, parafraseando al Che, que no hay que sentarse a esperar a ver que pase su cadáver.
Lo sucedido el 11 de septiembre es lo peor que le pudo haber pasado al país, y la peor de las cinco de las peores votaciones anteriores. En cierta forma, no fue así en 1999. A los dos candidatos y los agrupamientos que han pasado a la segunda vuelta, no puede calificárseles de otra manera.

Detrás de los candidatos y los agrupamientos que se “disputan” la segunda vuelta, están los poderes económicos y políticos de la vieja y agotada oligarquía patronal, el gran capital transnacional y sus corporaciones, la embajada de Estados Unidos y los financistas. Quede quien quede, ya tienen asegurado el continuismo gubernamental, la obediencia debida, sus grandes y oscuros negocios, el tráfico de influencias, la impunidad y la corrupción. También están los poderes paralelos, las mafias, el narcotráfico y el crimen organizado.

A reserva de poderlo abordar más adelante, se puede anticipar que los patriotas son el “partido” de la extrema derecha, que su ala más dura se asemeja a la más dura de los republicanos y al tea party (así, con minúsculas), tanto como a la que en el Partido Popular (PP) encabeza Aznar. Sus aliados naturales y apoyos están entre los que coinciden con esas posiciones y a los que favorece y conviene la represión y el terror como política de Estado.

Los de LIDER, son la derecha populista, demagógica; de la irresponsabilidad e improvisación gubernamental y administrativa; y, además, de la pena de muerte. Los encabeza un sabelotodo de cuyos títulos y diplomas tanto se ufana y que obliga a poner en duda lo que dice y propone. De llegar a gobernar, lo más probable es que lo hiciera como en su tiempo lo hizo Ydígoras Fuentes. Lo apoyan y secundan agrupamientos y coaliciones de centro derecha y de derecha y más de algún oportunista de la izquierda políticamente desideologizada.

En uno y otro caso, las comparaciones no resultan odiosas; son necesarias y oportunas. Puede que de algo sirvan para definir e interpretar el entorno político y electoral configurado para la segunda vuelta.

“Elegir” a Pérez Molina o a Baldizón es jalarle los pies a un ahorcado y ello, visto gráficamente, es lo que le espera a nuestro pueblo y al país.

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