miércoles, 25 de mayo de 2011

A media semana

Morir en domingo
y vivir siempre


El pasado fin de semana no presagiaba días tranquilos. En el último tiempo la zozobra, la tensión e inseguridad es lo predominante. Los medios impresos del lunes recogen lo sucedido entre el sábado y el domingo y no son sino noticias alarmantes, inimaginables, espeluznantes. La realidad supera al imaginario del terror. El degollamiento de 27 labriegos en La Libertad, Petén, es un indignante indicador de los extremos a que se puede llegar en un país como el nuestro.

La situación internacional es tensa y grave además de alentadora y con esperanzadores signos de cambio, lucha y demostraciones populares y sociales a favor de un futuro mejor.

Lo que empezó en enero en el Norte de África, ha proseguido en el Medio Oriente y otros países de la región, tiende a extenderse y agitar a Europa (además de lo agitada y convulsa que ya estaba) y saca a flote la gravedad de la crisis política, económica y social a nivel global. Conforme vayan pasando los días se podrá establecer si lo que allá está aconteciendo desemboca en salidas viables que pongan fin a tan deteriorado y desesperante estado de cosas. Hasta ahora, todavía no es así.

De lo que ninguna duda cabe es que la agitación, movilización y luchas que están teniendo lugar en distintas partes del mundo son el rasgo característico del momento. En América Latina y el Caribe sucede otro tanto igual. En el Sur de nuestro Continente y en Cuba Socialista, los cambios que se están dando avizoran el promisorio rumbo a seguir.

Aunque separados por la distancia y las características, la situación y condiciones de cada país, no puedo dejar de ocuparme de dos acontecimientos que marcan un antes y un después en México y España.

La Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad que salió de Cuernavaca el jueves 6 y culminó con la multitudinaria concentración del domingo 8 en el Zócalo capitalino, marca el comienzo de acciones de resistencia civil, si es que no se atiende el legítimo reclamo de poner fin a las muertes que desangran a diario a nuestro hermano país vecino. Así lo exigen quienes han decidido secundar el llamado del poeta Sicilia, a raíz del asesinato de su hijo.

Por su parte, los indignados de España aglutinados en el 15-M y acampados en la Puerta del Sol desde hace once días, resumen la protesta de la población ante la crisis de un sistema político, económico y social que ya no da para más.

Pero no es a esto a lo que voy a seguir refiriéndome. En todo caso es algo de lo que ha estado ocupando mi atención en estos días y, muy particularmente, la semana pasada. Sin embargo, lo que se le avisó a Ana María en horas muy tempranas del domingo son de esas noticias que no se quisieran recibir pero que ocurren.

Cuando las llamadas telefónicas son a horas no habituales hay una cierta propensión a imaginarse lo peor. Esta vez, no podía ser la excepción.

Del otro lado de la línea telefónica una voz apesadumbraba y al borde de las lágrimas cumplía el doloroso encargo de comunicarnos el fallecimiento de Wilfredo Valenzuela Oliva, el amigo y compañero a quien desde que conocimos y tratamos lo aprendimos a querer, admirar y respetar. El cariño, la admiración y el respeto son sentimientos que están por encima de cualquier convencionalismo o formalidad y se cultivan y ponen a prueba en las buenas y en las malas.

Para mí no es ningún lugar común decir que se empieza a morir cuando ya no hay quien lo recuerde a uno. De ahí que haya quienes tienen ganado el mérito de vivir aún después de muertos. Este es el caso del licenciado Valenzuela Oliva, el ilustre y destacado profesor y catedrático de generaciones a las que educó y formó con dedicación y eficiencia y uno de los pocos, muy pocos abogados probos, rectos, intachables.

Los altos cargos que ocupó a lo largo de su vida los desempeñó de manera ejemplar. Sus ensayos y estudios sobre el Derecho y los libros de cuentos que escribiera son parte del legado a rescatar a fin de conocer lo que fue y seguirá siendo.

Entre tanto y mientras haya quien habite la casa en que ahora vivimos Ana María y yo y salga al patio que da al poniente sabrá que a finales de los años 60 del siglo pasado don Wilfredo, ayudado por mis entonces dos pequeños hijos, plantó el durazno que está allí y que cuando está en flor luce con el esplendor de la primavera y la frescura y aroma del invierno.

Pero son muchas más las razones y motivos para mantener vivo el recuerdo del amigo y compañero que seguirá siendo don Wilfredo Valenzuela Oliva. Como dice Otto René Castillo, es de los de siempre y, según Bertold Brecht, de los que luchan toda la vida.

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