jueves, 4 de junio de 2009

A media semana

La crisis, los oligarcas y la Embajada


Una crisis como la que está atravesando el país es resultado de su propia acumulación y prolongación en el tiempo. Arranca el 27 de junio de 1954 y, de entonces para acá, ha pasado por momentos de mayor agravamiento y agudización, y momentos en que pareciera que el agua hubiera vuelto a su cauce y sin que nada haya sido resuelto. Es así como hay que ver lo acontecido a partir del pasado 11 de mayo.

En mi columna anterior caractericé la crisis como una crisis general y prolongada y, como tal, afecta a la sociedad en su conjunto, al poder público, instituciones, autoridades, funcionarios y entidades, la gobernabilidad y seguridad ciudadana, la economía, las finanzas y el presupuesto de ingresos y gastos de la Nación.

Resulta cuesta arriba encontrar una institución, sector, clase social, capa o segmento de la sociedad que esté exento, en unos casos, de las contradicciones que de ello se derivan y, en otros, de reacomodos y reajustes obligados. Se trata, además, de una crisis estructural por agotamiento del sistema. De ahí que ni siquiera se pueda hablar de que sea con paliativos como se va a empezar a superar y, menos, resolverla.

En el pasado se decía que los "radicales" de izquierda eran de la opinión que entre más difícil estuviera la situación más fácil seria que la lucha revolucionaria "avanzara y se alcanzaran" los objetivos propuestos. Los hechos y la experiencia se encargaron de poner en evidencia semejante falacia práctica y conceptual.

Los oligarcas y el imperio, por el contrario, así como sus incondicionales seguidores de la derecha conservadora, en ningún momento han dejado de ser de la opinión que entre peor sea la situación para la población más favorece a sus intereses y si, obligados por las circunstancias, hablan de algún "cambio" es para que todo siga igual. Son gatopardistas por conveniencia.

Nuestra historia reciente pareciera un recuento calcado al carbón. Cada junta militar o gobierno impuesto o fraudulentamente electo, resultado de un golpe militar o de votaciones como las de los últimos 24 años, han sido y son fieles salvaguarda del sistema y sus instituciones, y de los intereses de la cúpula oligárquica y el imperio.

En otras palabras, la Embajada y los oligarcas locales son los más interesados que el sistema se mantenga como está y, si es el caso, adecuarlo a las circunstancias para así salvaguardar aún más sus intereses y garantizar la seguridad interna de Estados Unidos. En un momento como el actual no les conviene, entonces, que la derecha se salte las trancas y más allá del juego permitido pongan en riesgo la "institucionalidad", exacerben las pequeñas o grandes disputas entre los "emergentes" y avorazados "nuevos ricos" y los tradicionalmente beneficiados con los negocios del Estado, los privilegios adquiridos a la sombra del manejo y administración de la cosa pública, el tráfico de influencias, la corrupción y la impunidad, el nepotismo, el crimen organizado y el narcotráfico.

En consecuencia, no es difícil concluir que por ahora no está en el orden del día de los halcones del Pentágono y del departamento de Estado la ruptura del "orden constitucional" en Guatemala o que al gobernante sea sustituido por su vicepresidente. De ocurrir, podría estropearles sus planes en marcha de hostigamiento, provocaciones, amenazas y agresiones contra el pueblo y la Revolución Bolivariana en Venezuela, contra el pueblo y la Revolución Plurinacional y Multilingüe en Bolivia, y contra el pueblo y la Revolución Ciudadana en Ecuador. Contra la Revolución Cubana, sus dirigentes y el pueblo de Cuba lo vienen haciendo desde el 1 de enero de 1959. En ese marco -y si les fuera posible- intentarían consumar el derrocamiento del presidente Chávez, del presidente Morales y del presidente Correa. Ya han sido descubiertos dos intentos de atentados contra la vida del mandatario boliviano y del mandatario venezolano.

En medio de la inquietante calma que sigue a la convulsa y tirante situación provocada por la derecha conservadora en el país y la tensión y riesgos que se perciben al Sur del Continente, es para mí motivo de satisfacción consignar que con Ana María hayamos arribado ayer a los 46 años de haber unido nuestras vidas para siempre. Visto desde lo que éramos entonces y lo que seguimos siendo ahora, es mucho lo que ello significa para ambos.

Diario La Hora
Guatemala, 3 de junio de 2009
RRR / cgs

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