viernes, 24 de abril de 2009

2008: Año de la recesión

Sobre algunos de los problemas
en la lucha revolucionaria



La experiencia enseña que la mejor manera de tomar conciencia tanto de los problemas en la lucha revolucionaria del pasado reciente como los que se tienen en el momento actual, es tenerlos presente, aprender de ellos, saberlos enfrentar y superar a tiempo, intentar sistematizarlos, analizar y, sobre todo, luchar porque no se repitan y reproduzcan.

A la lucha revolucionaria no se desemboca por resentimientos y desajustes individuales o sociales de los que afectan y padecen quienes provienen de hogares disfuncionales, desintegrados, autoritarios y problemáticos o de un entorno hostil y de rechazo. Los resentimientos y desajustes individuales o sociales, la hostilidad y el rechazo de que se sea objeto, son una manifestación más del sistema capitalista de explotación, opresión, dependencia, discriminación y exclusión, pero, en ningún caso, sustento de la lucha de clases.

Los resentimientos y desajustes personales o sociales constituyen un peligro real y potencial en las filas de la revolución. Pueden resultar manifestándose en problemáticos estados de ánimo, frustraciones y rencores acumulados y contenidos, confrontaciones y desahogos intempestivos. El resentido y quien padece de desajustes personales o sociales, es propenso en la práctica a caer en el aventurerismo y las provocaciones y en el subjetivismo y el voluntarismo en lo teórico.

Las disidencias y desacuerdos, son algo totalmente distinto. Luego de que una cuestión ha sido sometida a conocimiento, estudio, discusión y aprobada, pasa a ser de obligatorio y consciente cumplimiento y disciplinadamente acatada por todos, incluyendo por quienes hayan estado en desacuerdo y votado en contra. De manera que en tanto una cuestión no ha sido discutida y acordada, está abierta la posibilidad no sólo a discrepar y objetarla sino, además, de proponer algo distinto a lo planteado o los cambios y mejoras para superar las deficiencias de que pudiera adolecer o porque no contribuyera a enriquecer, actualizar, profundizar, desarrollar y, en la práctica, aplicar las elaboraciones ya acordadas.

La disidencia se da cuando quienes no estuvieron de acuerdo con lo resuelto y votado en contra, se oponen a lo acordado y optan por no acatarlo ni cumplirlo y empiezan a buscar aliados que los secunden y apoyen en su discrepancia y desacuerdo.

Los disidentes no dejan de ser compañeros de lucha aún en el caso de que abandonen la organización y se organicen y luchen en torno a un proyecto con el que consideran que pueden dar su aporte a la revolución. Por el contrario, la disidencia que fracasa en su proyecto y quienes lo secundan, empiezan a dejar de serlo cuando por sus posiciones y planteamientos excluyentes, sus prácticas antiunitarias y divisionistas, pasan a considerarse dueños absolutos de la verdad e indiscutidos depositarios de la causa revolucionaria y pretenden dirigirla. Es esa nociva y desesperada propensión al hegemonismo vociferante y el radicalismo excluyente.

Dejan de serlo, además, a partir del momento en que hacen de la diatriba, las inexactitudes, la mentira, las suposiciones, las conjeturas, el insulto, la calumnia y la descalificación, la razón de ser de su frustración ideológica, política y en la práctica. Los ejemplos en el pasado son tan ilustrativos como los que se dan en el momento actual.

Lo anterior, nada tiene que ver con al papel del infiltrado. La infiltración vulnera lo organizativo, la disciplina interna y la vigilancia revolucionaria. Por sus repercusiones y consecuencias, constituye uno de los problemas más serios y graves para la lucha revolucionaria y el peligro principal.

El infiltrado trata de meter cizaña, sembrar la desconfianza, desorganizar lo que necesita que se desorganice y que lo que se planifique y se haga fracase; que las divergencias y discrepancias -reales o supuestas- se exacerben, las cuestiones teóricas y prácticas no resueltas se compliquen más y las rupturas y escisiones se produzcan.

El infiltrado es, además, propenso a presentarse unas veces como “radical” de izquierda y otras como “moderado” de derecha: todo depende de lo que al enemigo conviene. Quien consciente o inconscientemente secunda a un infiltrado, es fácil presa de sus provocaciones.

El provocador, por su parte, es de los que proponen “lo que se debe hacer” pero trata de imponer que sean otros los que lo hagan y, cuando participa, si las cosas no salen bien, culpa a terceros o a factores que “asegura” no se previeron. No es dado a reconocer su propia responsabilidad pero sí a atribuirse el éxito.

Son éstos algunos de los problemas que por ahora quería abordar y, aunque por razones de espacio no haya tocado lo referente a cómo enfrentarlos y contribuir a superarlos, de ello y a otros más, así como a sus manifestaciones y consecuencias, me ocuparé después. Octubre, es un buen mes para intentarlo.


Diario La Hora, Guatemala
15 de octubre de 2008,
RRR \ cgs

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