El clamor que conmueve
al mundo
Ni mi abuelita Tona
ni doña Rafa (la vecina que a mi
hermana y a mí nos enseñó La Doctrina),
me pudieron aclarar por qué hay quienes a esta semana la denominan Semana Mayor
y, otros, la identifican como la Semana Santa. Con el paso del tiempo me di
cuenta de que ni una ni otra denominación alteran lo que se conmemora con tanto
fervor, devoción y fe y que lo mismo da que se hable de Semana Santa o de
Semana Mayor.
De la Semana Santa o de la Semana Mayor en nuestra
casa, a finales de los años 30 y comienzos de los 40 del siglo pasado, conservo
recuerdos y sentimientos encontrados. Si la memoria no me falla, del miércoles
al viernes, eran días de recogimiento, obediencia, nada de ruido o desorden. El
Domingo de Ramos, Jesús había entrado victorioso a cumplir con su misión
evangelizadora y reafirmar su mensaje emancipador. El sábado de Gloria,
resucitaba.
Es así como imagino la Pasión para el Hombre de
Nazaret y el recuento de sus milagros. Era lo que, como en cámara lenta,
lograba recrear de lo que doña Rafa
nos relatara. Mentiría si dijera que tuviera presente su palabra, sus
parábolas, sus enseñanzas. Con su muerte en la cruz, según lo entendí entonces,
pasó a la vida eterna. Su posteridad, comenzó a las tres de la tarde de aquél
viernes del año 33.
Entre tanto, mi mamá --tan esmerada y hacendosa como
siempre--, preparaba para nosotros (mi papá, mis abuelos, sus hijos y demás
parientes), un delicioso pescado seco envuelto en huevo, ahogado en sabrosa
salsa de tomate, cebolla y ajo, el arroz con arvejas, trocitos de zanahoria y
chile pimiento, elote y queso derretido. Su cocina era el reducto en que su
vocación por quedar bien se ponía a prueba y siempre lo logró, para
satisfacción de ella y nuestro disfrute y deleite.
Lo que ocurrió de 1954 a 1962, interrumpió que las
cosas siguieran en la casa y en nuestro país como se comenzaron a hacer en
1944. Lo que hasta hoy no me explico es cómo los dos tomos de las Obras Selectas de Nikos Kazamtzaki con
pastas rojas y títulos dorados, no fueran decomisados durante los constantes
cateos a la casa de mis papás.
Entre 1954 y 1962, bajo los cada vez más frecuentes y
prolongados Estados de Sitio, si en una casa que cateaban los judiciales encontraban libros con pasta
roja, sin percatarse de su contenido, los decomisaban. De 1963 a 1985, con el
pretexto de buscar armas, se cateó y mapeó la ciudad capital y controló y
vigiló policial y militarmente a la población. En las áreas rurales se
implementó el terrorismo gubernamental y la contrainsurgencia como política de
Estado.
Esos dos tomos de la obra de Kazantzaki siguen
conmigo, en una de mis libreras. En 1963, Ana María tuvo a bien encomendárselos
a una de sus hermanas que, como si fueran de ella, los puso a resguardo y cuidó
a sabiendas del riesgo que ello suponía. Luego de la firma de la paz, nos los
devolvió, con lo cual nos dio la dicha de poderlos disfrutar en condiciones un
tanto diferentes a como estaba el país cuando los compré en 1961 o 1962.
En los días de Semana Santa o de la Semana Mayor, se
puede decir que es cuando el silencio se escucha y las jacarandas y los
matilishuates están en todo su esplendor. Son días que enseñan y en que se
aprende, días de decir y hacer, de idear cómo retomar el camino y continuar lo
interrumpido.
La vida, pasión y muerte de Jesús, confirma que en
momentos de duras y difíciles pruebas, sucumbe el débil, vacila el pusilánime,
traiciona el timorato, abjura el resentido. Lo que no se pierde ni abandona es
la esperanza. Tal vez sea por eso que lo que los dependientes de los mercaderes
del templo no han podido ni lograrán jamás, es decomisar las ideas, los
principios, la consecuencia, la lealtad.
En el valle de la
capital, el sol salió hoy a las 06:01 y se pondrá a las 18:14. El clamor de los
indignados, de los desposeídos y de los desheredados, conmociona, agita y
recorre el mundo.