De regreso al país, a nuestra casa
Como en anteriores oportunidades, nuestro hijo Espartaco y Lupita, nuestra nuera, nos invitaron a Ana María y a mí a visitarles y estar en su casa. Esta vez, para asistir al acto de clausura de las labores de la escuela primaria en donde el pasado viernes 6 concluiría su primer año de estudios nuestro nieto, José Miguel. Viajamos a México el sábado 2. Ayer, regresamos al país, a nuestra casa.
Cuando estuvimos en el DF el año pasado, José Miguel iniciaba sus estudios de primaria. Como en otras ocasiones que lo acompañé a él y a su papá a la estancia en que cursó el nivel pre escolar, así lo hice durante sus primeros días de escuela. Había que llevarlo a las ocho de la mañana e irlo a recoger a las dos y media de la tarde. Son de esos paseos que para un abuelo resultan perdurables.
José Miguel concluyó su primer año con buenas calificaciones. Su promedio final es de 9.4 y se le exentó de los exámenes finales ya que, en opinión de su maestra, tuvo un excelente desempeño durante el año. El año pasado, en septiembre, ya sabía los números e identificaba y dibujada las letras del abecedario en forma aceptable.
La primera gran sorpresa que nos dio cuando ya estábamos instalados en su casa, es lo bien que lee. La entonación y puntuación con que sigue la lectura es impecable. Además, suma, resta, multiplica y divide con facilidad y acierto.
Nuestro nieto va a cumplir siete años en noviembre. Se nota a simple vista que es de lo más aplicado y que lo que hace lo hace con gusto y dedicación. Habla de futbol con propiedad y lo practica, al igual que el taekwondo y la natación. Puede decirse que su primer año escolar lo aprovechó bien, muy bien. Habla de lo importante que será empezar, a finales de agosto, su segundo año. Tiene muy buenos amigos; es de lo más sociable y comunicativo.
Desde la primera vez que estuve de visita en el Distrito Federal --pudo haber sido en 1958 o en 1959--, me hice a la idea de que la capital de México era algo más que la Ciudad de los Palacios, como se le identificaba entonces.
México me sigue pareciendo una enorme ciudad, con sus grandes y ostentosos edificios, calles y avenidas muy concurridas, almacenes y tiendas en las que se puede encontrar hasta lo que no es imprescindible. De entrada, se da uno cuenta que lo que en ellas hay no está al alcance de todos. Lo moderno de su arquitectura urbana contrasta y choca con el hacinamiento y proliferación de las ciudades marginales en donde lo que abunda y se expande es la pobreza y la pobreza extrema.
A la fecha, me sigue pareciendo que en los puestos de periódicos y revistas, es posible encontrar la más variada información, noticias y opiniones. Si en uno de ellos se pasara revista a los titulares del día, podría pensarse que ya se está al tanto del diario acontecer nacional y de otros países o, mejor dicho, de lo que a los propietarios de la mayoría de los grandes medios impresos conviene e interesa que se le ponga atención.
A México no se le puede llegar a conocer como en realidad es, si se va como turista. En mi caso, trato de incursionar no sólo en lo que está a la vista. Aproximarse al México Profundo permite ahondar en sus interioridades y aprender de lo que la gente dice y comenta y, por lo que la gente dice y comenta, entender e interpretar lo que es esta ciudad y este país.
Hay ciudades que son acogedoras, cálidas. París y Roma puede que lo sigan siendo. Budapest, Praga y Moscú, lo fueron. Nueva York, para mí, nunca lo ha sido. Felizmente, el Distrito Federal lo sigue siendo aunque hábitos neoliberales y consumistas amenazan con quitarle parte de su atractivo y tradiciones.
Aunque a lo que enseguida me refiero ya lo he escrito con anterioridad, por algo que observé ahora, no quiero dejar de decirlo. Los mercados y tianguis siguen siendo parte importante de lo que perdura. La comida rápida es la chatarra con la que las multinacionales tratan de desplazar a la casera comida corrida, las taquerías y torterías, los puestos de carnitas y chicharrones, las quesadillas y las gorditas, el pozole y la birria, el suadero y los tamales. Lo bueno es que ello, al parecer, va a ser imposible.
Algo muy peculiar del Distrito Federal es que mucho de la vida cotidiana y de lo que a diario acontece, se logra conocer si se conversa con más de alguno de los muchos boleadores que, a la vez que lustran zapatos con sin par destreza, son de lo más amenos e ilustrados cronistas de lo urbano, de lo popular.
Sobre la situación actual, las opiniones son de lo más encontradas. Oficialmente se considera que la percepción que se tiene de ella no corresponde a la realidad. Por su parte, la opinión de quienes coinciden en que las cosas no están bien, tiende a ser, al parecer, la predominante.